Tras la Gran Batalla, la Era del Poder del Pueblo se había reinstaurado en Isla Seca con el XI reinado, respetándose así lo escrito en el Libro Dorado de Gobierno, gracias a los votomorfos de la inmensa mayoría de los súbditos del Reino Común. El pueblo puso fin a la ominosa Era Oscura del reinado anterior, que llegó al culmen de su degeneración cuando Serguei del Sur, invocando el Poder del Cangrejo, se hizo con el mando absoluto, apoyándose únicamente en su fiel escudero Lord John Nicholson, Señor de los Mil Partidos y Reverso del Resplandor, con quien había implantado una especie de gobierno medieval.
Y si bien Serguei del Sur seguía diciendo que él era el que la tenía más grande (la cabeza), lo cierto es que ahora se sentaba en el pupitre de la última fila de la Casa-Palacio, jugando todo el tiempo a montar puentes con legos gigantes que unían islas lejanas, sin mirar siquiera a Árgueda de Montelargo, Dama del Jurásico, que, por un supuesto conjuro, se había vuelto invisible (al menos nadie la había vuelto a ver desde la ceremonia de coronación).
La reina Loila II, de la Orden de la Ardilla, cuya primera regencia duró menos que una salema en las fiestas del Cotillo, seguía ocupando el Trono de Piedra, logrando, al menos hasta el momento, aguantar veinte lunas llenas sin que Blasón de la Costa, líder de la Orden de la Rosa y Mano de la Reina, invocase por segunda vez la Proclama del Destronamiento, aunque ella rezaba día y noche a la Diosa-Ardilla Chaxiraxi para que no la traicionase. Mientras tanto, Blasón dedicaba la mayor parte de su tiempo a jugar a su juego favorito, el Monopoly, y eso inquietaba a la reina.
Por su parte, la Orden de la Gaviota intentaba restablecerse tras la caída en las tinieblas en las que se había sumergido tras la Gran Batalla, pues teniendo la oportunidad de tener más poder que nunca, pasó a tener menos que nada, y todos culpaban de ello al Generalísimo Fernando de las Enseñanzas, reprochándole sus insaciables ansias de poder y la calamitosa estrategia que llevó a sus líderes al desastre. Sin embargo, no cejaban los rumores de que la orden tradicionalista pudiese retornar al poder coaligándose nuevamente con la Orden de la Ardilla… Mientras tanto, permanecía agazapada entre los matojos del reino, esperando una oportunidad.
Jeisi-Ká Lengua de León había volado con sus alas de dragón al Gobierno del Imperio de las Hespérides, una vez que Sir Ángel de la Victoria, Señor de las Torres, y Líder Supremo de la Orden de la Rosa, había sido derrocado como Emperador de las islas, aunque ahora ocupara un sillón áureo en el Gran Imperio Ibericus.
Por otro lado, en los reinos locales parecía imperar una calma tensa con episodios inquietantes:
En Twineshe, Lady Estther no paraba de hacerle mal de ojo a la reina Kande-Laria, y le lanzaba por su boca perinquenes y culebras.
En Olivaria, Isai il Bianco había recuperado su trono tras arrebatárselo a Pilier du Marquis. Esta perdió toda esperanza y se fue a hibernar entre las dunas.
En Bethencuria, el viejo rey, que quería dedicar el resto de su vida a jugar al dominó, abdicó poco después en su valedor más joven, que se apellidaba como él, para evitar que el pueblo notara el cambio.
En Tierra Antigua, Lord Mattias, Protector de Gavias y Ganado, seguía metiendo en su gobierno a todo el que quisiera: un carpintero, dos reposteras, el equipo de lucha… Decían de él que en su reino había más gobernantes que gobernados, pero lo cierto es que así se aseguraba el trono y se ahorraba disgustos.
En Pajarelia, Alessandro de la Carpa, más feliz que Ricardito, gobernaba ufano e imperioso.
En Puerto Capitalis, los súbditos del rey David El Ungido seguían esperando que se produjeran los cambios que prometió para su desvaída y desvencijada ciudadela.
Pero el que se acabara con la Era Oscura no significada que los graves problemas que aquejaban al pueblo no siguieran: sin agua, sin moradas, exiguos jornales, precios desbocados… El hartazgo empezaba a ser mella en la plebe y la desesperanza se cernía sobre los sufridos habitantes de Isla Seca.