Todo comenzó hace unas semanas.
En el grupo de Whatsapp de hermanos, mi hermana la del medio mandó un mensaje: “pues resulta que ahora me gusta Bad Bunny”. Según lo leí pensé: ¡ay esta pobre, la maternidad la está trastornando!
Ya se sabe lo que pasa, una sin comer puede estar un par de días, pero sin dormir, la cabeza se va.
Porque yo eso que está tan de moda ahora de “escuchamos y no juzgamos”… pues, se me atraganta un poco. Yo me esfuerzo, pero pocas veces lo logro. Te dejo estar, yo no me meto contigo, pero el juicio viene solo. Ya asumí que un ser de luz, pues en esta vida no voy a ser. Me conformo con no ser un ser apestoso y ya tú ves, eso sí lo voy consiguiendo.
La cosa es que mi hermana la del medio es la música de la familia. Y aunque tiene un amplio conocimiento y gusto, el reguetón no era la clase de música que yo fuera a decir que en algún momento de su vida iba a gustarle. Por eso lo achaqué a su falta de sueño y al entretenimiento típico de estar criando. Lo dejé estar.
Pero más tarde, perdiendo el tiempo en una red social de fotos, veo que publica lo mismo. Ahí pensé que lo más conveniente era subirme al coche y conducir hasta su casa, para comprobar que todo estaba bien. Pero acto seguido me vi rodeada.
Aquí y allí, en cualquier parte de internet que me perdiera, encontraba una frase: debí tirar más fotos y dos sillas de plástico vacías debajo de una platanera.
La foto no tenía más, pero tampoco le hacía falta. Me di cuenta de que lo de mi hermana no era un daño colateral de la falta de sueño.
Busqué en la red qué era aquello. Y el buscador me llevó a un corto.
Lo vi embelesada. Los 13 minutos que dura casi ni parpadee. Te diría que lo buscaras y lo vieras porque, de verdad, merece la pena cada uno de los minutos que dura. Para cuando iba a terminar, tenía los pelos de punta, los ojos encharcados y toda la rabia contenida.
Después de eso no recuerdo mucho más. En todos lados las canciones, en todos sitios, compartido. En las cuentas de los creadores de contenido canarios haciéndose eco, y los de Hawai y los de Puerto Rico, por supuesto. Seguí buscando y leyendo todo lo que había sobre el último disco de Bad Bunny, que era mucho y variado. Y en mi cabeza que siempre suele haber música, llevo días en que lo único que oigo es “debí tirar más fotos”…
No me suele gustar el reguetón y digo suele porque alguna canción hay por ahí que, por pegadiza, la tengo en alguna de mis listas de reproducción; pero tengo que decir que el mensaje de este disco es un diez.
Es una realidad patente y ya muy difícil de ignorar. Cuando ya no quede nada de lo que somos, de lo que éramos, de lo que nos trajo aquí, no podremos ampararnos en que creíamos que esto era el progreso. Porque llevamos tiempo viéndolo venir. Le dimos de comer al monstruo que terminará devorándonos si no acabamos con él. Y no soy tan inocente como para creer que podemos matarlo ahora. Eso lo sé. Pero al menos podemos ir reduciéndole la dieta, ponerlo un poquito a régimen. Quitarle lo que come de más y dejar que la tierra se restaure. Y quien no ve hacia donde nos dirigimos le hacen falta gafas y probablemente le sobren bolsillos.
No sé por qué la palabra decrecer levanta tantas ampollas y 18 millones de turistas al año les parece tan buena cosa. Seguro que en Fitur la banda sonora no era la de Bad Bunny, aunque creo que es donde más falta hace que lo oigan.