OPINIÓN. «Desenredado», por Alejo Soler

El Diccionario de la Lengua Española define la palabra “Posverdad” como la, <<Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad>>. Comienzo este artículo con la definición de la palabra “Posverdad” con el objeto de reflexionar y tratar de entender lo que está ocurriendo en un mundo cuyos actores políticos están empeñados en querer retroceder hacia tiempos históricos que parecían retenidos, contenidos y, en ocasiones, superados por el sentido común de avanzar como humanidad. Y es que en estos momentos de oscuridad donde la mentira y la desinformación siguen acampando a sus anchas y sin control en las redes sociales, se hace necesaria una mirada al pasado para no cometer los mismos errores en el presente y en el futuro. Las denominadas “fake news” siempre han existido a lo largo de la historia, pero nunca, a mi juicio, han tenido un vehículo de transmisión global tan potente como las redes sociales.

La palabra posverdad comenzó a utilizarse con fuerza en el 2016 con hechos como el Referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea o la primera llegada de Trump a la Casa Blanca, los cuales, no siendo acontecimientos casuales, se apoyaron y tomaron asiento ideológico en las denominadas “fake news” para conseguir sus objetivos. Y es que la información y sus vías de comunicación no parecen estar a salvo de bulos, imágenes distorsionadas y datos no contrastados que se viralizan causando el pánico general en ese mundo digital de bajas pasiones y perfiles falsos que toman asiento en las redes sociales. A través de las redes, nuestra opinión y percepción de la realidad y la verdad son guiadas por una serie de mensajes o píldoras ambiguas cuyo cometido no es otro que hacernos girar al menos hacia la duda. Un ejemplo de ello lo tenemos en esos mensajes envueltos en titulares con grandes letras parpadeantes que tratan de enganchar nuestra atención con titulares engañosos tales como “La verdad que el Estado no quiere que sepas o Los medios de información  tradicionales no quieren que sepas la verdad” o barbaridades tales como “Sin techo español muere en la calle, los que vienen por patera a Canarias no tienen ese problema porque son alojados en hoteles de 4 estrellas”. Estos mensajes que tienen una clara intencionalidad de alterar nuestras emociones, tratan de influir en nuestra opinión y percepción de la realidad para llevarnos al campo de ciertos intereses sectarios o políticos, cuyo objeto no es otro que el de ir generándonos dudas, incertidumbre e incluso rabia sobre ciertos temas “polémicos” de actualidad. Pero siguiendo lo que decía unas líneas más arriba, y bajo el velo de una mayor preocupación, reconozco que los bulos han existido siempre a lo largo de la historia, siendo uno de los mayores expertos en bulos y posverdad Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del Tercer Reich y mano derecha de Hitler el cual decía: “Hay que hacer creer al pueblo que el hambre, la sed, la escasez y las enfermedades son culpa de nuestros opositores y hacer que nuestros simpatizantes lo repitan en cada momento”. Lo más triste es que estas palabras se pueden trasladar a algunos de los hechos a los que estamos asistiendo en la actualidad, donde  el discurso del odio, populista y vacío de contenido de los partidos de ultraderecha siguen martilleando la verdad a base de mentiras. Ejemplos más cercanos los encontramos en el 2016 donde la empresa Cambridge Analytica provocó uno de  los escándalos más sonados durante las elecciones estadounidenses. Dicha empresa especializada en analítica, accedió a la información personal de más de 50 millones de usuarios de Facebook sin su consentimiento, creando con estos datos perfiles psicológicos y de comportamiento, con el objeto de influir entre los indecisos el voto favorable a Donald Trump. El objetivo estaba en enviar publicidad personalizada a todos esos usuarios a través de noticias falsas asentadas en el odio a la rival de Trump, Hilary Clinton. Estos son solo algunos ejemplos de manipulación de nuestras emociones con el objeto de alejarnos de la verdad y de nuestro pensamiento crítico hasta convertirnos en un producto más del mercado. Pero, ¿quién o quiénes son los culpables de todo esto? Quizás, el tiempo que pasamos frente al móvil tenga la respuesta. El exceso de estímulos a los que nos someten las redes sociales tiene el objetivo de distraer constantemente nuestra atención, impidiendo que nos concentremos y reflexionemos sobre lo que estamos viendo hasta que el algoritmo descubre nuestras debilidades a través de aquello que nos puede resultar más interesante, sorprendente o simplemente curioso. Y es a partir de ese momento cuando el bombardeo de mensajes, publicidad y otras sandeces nos convierten en un simple producto. Y así, sin darnos prácticamente cuenta, la desinformación y las falsas proclamas de los principales ultras se cuelan en nuestras emociones con retóricas populistas asentadas en el discurso del odio. Los migrantes, el colectivo LGTBI o los que creemos que hay que poner soluciones al cambio climático somos víctimas de la deshumanización y la intoxicación de un fenómeno ultra liderado por “fachatubers” que han encontrado abrigo y proyección miserable a través de los bulos. <<En una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario>>. George Orwell