En ocasiones los libros esconden historias que van más allá de la importancia de su contenido, como esencia misma de la creatividad del propio autor, o su continente, del que dependen elementos como el criterio del editor, gustos del escritor, costos de impresión y conveniencias comerciales entre otras cuestiones. Los libros, desde mi punto de vista, poseen también otros elementos atractivos merecedores de estudio y consideración, como es el caso de las dedicatorias que los autores plasman en ellos y cuya singularidad y originalidad pueden mostrar, desde el inicio de la obra, la propia intencionalidad del autor. Claro está, que me refiero a las dedicatorias no convencionales, esas que consiguen traspasar nuestra fina piel lectora con frases verdaderamente poéticas, sentimentales o con claras intenciones. “Dedico esta edición a mis enemigos, que tanto me han ayudado en mi carrera”. (Camilo José Cela, La familia de Pascual Duarte, 1973); “Para mi hermana Anita, que rodó las escaleras con su primer vestido de noche, y se reía, sentada en el rellano”. (Carmen Martín Gaite, Entre visillos) o “Dedicado a la mala escritura”, (Charles Bukowski, Pulp). Estos son solo algunos ejemplos de dedicatorias que parecen guiarte a esa futura interacción entre escritor y destinatario, y que parece preludiar lo que te puedes encontrar en la inmersión de sus páginas y del que se desprende el esfuerzo, creatividad y originalidad de un autor que abre un poquito su alma a los lectores. Sin embargo, de entre todas las dedicatorias que he tenido la fortuna de leer hasta el momento, me quedo con las mágicas palabras iniciales de uno mis libros favoritos, el cual es capaz de aterrizarme los pies en este planeta para ayudarme a no olvidar lo que fui y con ello poder entender lo que soy. Se trata de El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, un verdadero viaje a esa extraña forma que tenemos los adultos de entender la vida y comprender el valor del amor y la amistad. “Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Pero tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de comprenderlo todo, incluso los libros para niños…”.
Dentro de ese mundo “extraño” de las dedicatorias, me gustaría resaltar igualmente las personalizadas por los autores cuando adquieres su obra y que los lectores ansiamos que sea especial, única e inolvidable, donde aparezca al menos nuestro nombre, fecha y una pequeña frase incentiva que desemboque en el deseo de sumergirnos rápidamente en la obra. La variedad que podemos encontrar en estas dedicatorias es infinita, llegando muchas ocasiones al alma del lector dependiendo de la energía reflexiva que imprima el autor en ese momento. Con el paso de los años y entre lecturas y relecturas comienzo a tener en cuenta estos pequeños detalles que me trasportan a momentos inolvidables en los que tuve la fortuna de intercambiar pequeñas pero únicas impresiones con los autores. En este sentido me gustaría resaltar como ejemplo algunas de esas dedicatorias en las que siempre he creído un auténtico regalo del autor. “Para L. y A. Por estar desde el primer momento apoyando. Con muchísimo cariño”, (Carlos David Gutiérrez Robayna, Tres Tes). “Para A, compartiendo interés por otra historia majorera. ¡Salud y República! (Agustín Millares Cantero. El sur contra el norte, La oposición a Puerto Cabras en el caciquismo majorero 1892-1936). “Para A., esperando que goce en estos días de Nidocuervo” (Alexis Ravelo. Los nombres prestados). Estas son solo algunas dedicatorias que me han llegado al corazón y estimulado la conciencia. Estoy seguro que quien lea estas líneas podría exponer ejemplos más ilustres; sin embargo, para mí, personalmente, en estos últimos tiempos claroscuros de introspección, estos pequeños detalles plasmados en forma de firma y dedicatoria de los autores parece acercarme a esa realidad compartida que te incita y te motiva a seguir explorando y descubriendo lo que esconden las letras contenidas en las historias que nos regalan los que con mucho esfuerzo ejercen el noble arte de la escritura.