“El amor nace del recuerdo, vive de la inteligencia y muere por el olvido”. Ramón Llull. Inicio este artículo con esta frase célebre de Ramón Llull, en un intento de explorar y manifestar mis pensamientos sobre uno de los temas más recurrentes y abundantes de la literatura en todo lugar y tiempo como es el Amor. Tengo que advertir a todos aquellos que tengan a bien leer este artículo, que las líneas que siguen son solo el testimonio personal de lo que siento y significa para mí la palabra Amor.
El amor es uno en sí mismo, abstracto y concreto, poliédrico y de diferentes formas, motivos y colores. Todos tenemos nuestra propia concepción sobre él y su significado está sujeto al tiempo y la edad en la que nos vemos inmersos en él. El amor es infinito en su diversidad y existencia y por ello puede ser imposible y prohibido en ocasiones; sanador y destructor en otras; inesperado, buscado, incontrolable, pero siempre presente en sus diferentes formas y motivos. No hay piel que le impida llegar hasta lo más hondo de nosotros mismos, ni razón por la que consigamos entenderlo. Pero él es así, sin límites ni fronteras, el único capaz de revolvernos por dentro hasta conseguir entregarnos y someternos por completo a él. Si tuviéramos que describirlo, todos tenderíamos a identificarlo con personas, como el amor en pareja, los hijos, los padres, los amigos, etc. Sin embargo, él es el único capaz de traspasar los confines de la racionalidad hasta hacernos enamorar igualmente de recuerdos, de lugares, de aromas de café, de reencuentros y de momentos indeterminados que solo poseemos en el disco duro de nuestra cabeza y que nos alumbra el pensamiento cuando, inconscientemente, más lo necesitamos. No todos los amores son fáciles de contener y por ello se puede amar con la misma intensidad con 20 que con 80 años, pero, quizás como dijo Nietzsche, “El amor nos hace humanos demasiado humanos”.
Creo que todas las historias de amor son grandes, pues en todas ellas la interacción nos empuja de forma involuntaria a engancharnos a una idea o a un sentimiento de lo que creemos que debe ser conjugar el verbo amar. Y en esa conjunción nos atrapa la duda, la incógnita de la reacción del otro o de la otra, el miedo al rechazo y el deseo de unión que nos completa, nos alegra y nos eleva a la máxima felicidad. Y así, en la combinación de toda esa energía y cariño, nos sumimos en una afectividad profunda, llena de emociones de complicada explicación para aquellos que nos entregamos en un mar de preguntas sin respuestas que nos siguen llevando al puerto de lo abstracto de la palabra amor.
El amor también tiene sus etapas y viajamos a lo largo de nuestras vidas a través de él haciendo escalas que nos llevan a la exploración de la infancia, el amor adolescente o juvenil que parece siempre doler por su intensidad y pasión, pasando por los amores repentinos y difusos hasta llegar a los amores maduros, pausados y propios de una ternura infinita donde el recuerdo de lo que fuimos y somos navega en la calma del tiempo recorrido muchas veces añorado. Y así, bajo el vaivén emocional que produce en nuestra mente la exploración de ese planeta, muchas veces desconocido, llamado Amor, no dudamos en adentrarnos en él en busca de nuestra máxima premisa, la felicidad.
Terminaré este artículo dando un humilde consejo a todos aquellos descreídos que quieren autoconvencerse de que la magnitud del amor puede ser contenida para no caer en la sumisión de lo incomprensible. A todos ellos les digo que dejen de luchar sin sentido, pues el amor no entiende de sexos, barreras ni de fronteras.
Palabras de amor, sencillas y tiernas. Qué echamos al vuelo por primera vez. Apenas tuvimos tiempo de aprenderlas. Recién despertábamos de la niñez… Joan Manuel Serrat. Palabras de Amor.