No recuerdo mis días de no leer. Quiero decir, que si miro para atrás en mi vida, siempre ha habido libros, al menos uno. No recuerdo no saber leer, lo que pone de manifiesto que voy perdiendo la facultad de memorizar y que también ando liberando espacio de recuerdos, algo propio de la edad. Fui de esa generación que empezó el colegio con 5 años, en parvulitos. A mis hermanas les tocó incorporarse al mundo escolar a los 3 años, que ahora ya está en 2, y que nada tiene que ver con la maduración del cerebro y lo preparado que esté el crío para empezar a aprender, sino con que los padres tengamos que incorporarnos a la cadena de producción que este sistema requiere. Mejor vuelvo al tema de la lectura, porque ya noto que me voy encendiendo.
Mis primeras lecturas fueron los libros de El Barco de Vapor. Catalogados por colores. No tuve títulos blancos, porque creo que esta serie salió ya cuando a mí no me tocaba. Me inicié con los libros azules: Mariquilla la pelá y otros cuentos. Sigo teniendo este libro y me genera una gran ternura cuando lo veo, porque me quiero recordar ilusionada y entusiasmada cuando lo comenzaba a leer. Recuerdo leérselo a mi abuela Eulogia, mientras ella me convidaba con un té con leche. Lo leí muchísimas veces, porque durante bastante tiempo fue el único libro que tenía. Luego me pasé a los naranjas y ahí la cosa mejoró bastante. Compré unos cuantos libros y los leí varias veces también. Y ya, de último, la serie roja. Esto era otra historia. Aquí había drama, y viajes y enamoramiento y envidias… Todavía los conservo.
Y entonces llegó el momento de que leía más rápido que los ingresos que tenía y no podía seguir comprando libros. Pero, atendiendo a mi plegaria, el Ayuntamiento inauguró la Biblioteca Municipal. Y se me hizo el milagrito. Mi principal ocupación una vez tenía los deberes hechos era leer. Ir a la Biblioteca varias veces en la semana a sacar libros se convirtió en una rutina. En aquellos años ya escribía con frecuencia en mis libretas. De esos años tormentosos, como fueron la adolescencia, conservo algunas. Tengo que reconocer que todavía no me hallo capaz de releerlas.
Más tarde, y ya con sueldo propio, la cosa se me desmadró. Aquí vengo a confesarme: tengo un problemita. Se escribe mucho, y muy interesante, y yo ya no puedo dedicarle todo el tiempo que me gustaría a esta gran pasión que es leer. Ahora acumulo más libros de los que leo. Necesitaría otro confinamiento para poder darle salida a tanta lectura. Que no se me altere nadie, quien dice un confinamiento dice una jubilación anticipada. Me vale lo mismo.
De aquellos años 90 me vengo hasta aquí y me doy cuenta de que la cosa, afortunadamente, no ha variado mucho. Sigo yendo a la Biblioteca y sigo leyendo casi de forma compulsiva. Sigo leyendo y sigo escribiendo. Y ahora no me leo yo solamente, ahora me leen unos pocos. Si me diera un ataque de valentía y releyera mis libretas adolescentes, seguro que descubriría que desde esos tiernos años soñaba con lo que está pasando ahora. Yo escribo, aquí en este periódico, en mi blog, en mis redes sociales… y he publicado tres libros. Ahora ya formo parte de la cadena completa que es la lectura. Porque para que leamos, alguien tiene que escribir.
No concibo la vida sin leer. Como no concibo la vida sin escribirla. Escribo para aclarar mi pensamiento, para dejar memoria escrita de lo que vivo, ahora que empiezo a perderla; escribo para entretener a otros; incluso tengo la poca vergüenza de creer que lo que me sirvió a mi puede inspirar a otros. Escribo porque es mi terapia, mi trinchera y mi parque de juegos.
Para este mes de abril, que celebramos el Día del Libro: lee.