Mi bisabuela Candelaria era la madre de mi abuela Teresa. Tampoco conocí a esta bisabuela, pero es otra de las mujeres de mi vida porque a través de los cuentos de mi madre y mi abuela ha estado presente en nuestra historia.
Mi bisabuela Candelaria vivió siempre en Las Pocetas, en el municipio de Antigua y, aunque parió al menos siete hijos, solo sobrevivieron tres. Se dedicó a lo que se dedicaban las mujeres de su época: criar los hijos, labrar la tierra y poder comprar algún metro de tierra más cuando se había reunido el suficiente dinero para ello. Con un poco de tierra más se podía cultivar más y la vida podía ser un poco mejor.
No sé cuándo nació, pero sé que se preocupó por aprender a leer y a escribir y que tenía una caligrafía de esas de cuadernillo. Le escribía y leía las cartas a casi todos los vecinos y también a los pretendientes de sus hijas. Así ella misma era supervisora directa de cómo iban los noviazgos y se daba autorización para liquidarlos si las cosas no convenían. Era fiel devota y rezaba el rosario cada día. Cuenta mi madre que, a media tarde, al que estuviera por allí afuera lo metía dentro de casa y a rezar.
No era gran tejedora, pero al parecer sí que era hilandera. Siempre tenía cestos con lana que iba preparando. Primero cardaba muy bien la lana, luego la hilaba a mano con un huso.
Mi bisabuela Candelaria era también partera y asistía los partos de las mujeres de la zona. También la llamaban cuando había algún enfermo terminal, algo que me ha parecido como la magia del ciclo de la vida: la llamaban para darle la bienvenida al recién llegado y también para despedir al que ya se iba. Tenía un libro de rezos, enorme y antiquísimo, que su madre le regaló cuando ella cumplió quince años. Cuando lo hizo mi madre, ese libro pasó a sus manos. Con la vida y las mudanzas, el libro se extravió. Hoy gracias a Amazon, mi madre vuelve a tenerlo. No es igual en forma, pero sí en contenido.
Yo relaciono a mi bisabuela Candelaria con el Mojo Hervido. No sé si esto se come en otras casas y tampoco sé si era una comida que ella hiciera con frecuencia; el caso es que cuando lo comía en casa de mis abuelos, a mi se me venía esta señora a la cabeza siempre. A día de hoy, que de vez en cuando lo hago, me sigue pasando lo mismo.
El mojo hervido es una comida de aprovechamiento. Se hace siempre después de un sancocho, con el pescado salado que ha sobrado. Este pescado ya guisado, se desmenuza y se reserva hasta que esté el fondo del guiso hecho. Para el guiso se pone una cebolla picada menuda, un ajo y un trozo de pimiento rojo y se sala al gusto. Cuidado aquí, porque el pescado ya va salado. Se refríe todo a fuego lento. Mientras tanto, se va pelando y picando una buena cantidad de tomates. Cuando la cebolla esté ya pochada, se añade el tomate y se deja guisando como si se fuera a hacer una salsa. Cuando ya el tomate esté bien pasado, se añaden papas cortadas haciendo clack, para que se espese el guiso. Finalmente se le añade el pescado y se deja unos minutos más al fuego. Justo cuando se retira del mismo, se le pone por encima cilantro picado fino. Ni que decir tiene que, cuando se come Mojo Hervido, una ha tenido que ir a buscar un buen pan de Tiscamanita, por ejemplo, con buena miga para mojar.
De mi bisabuela Candelaria conservo un plato, la curiosidad por el hilado de la lana y el asombro por el milagro de la vida, tanto a la llegada como a la salida.