No tienes la obligación de seguir siendo la misma persona que eras hace un año, un mes o incluso un día. Estás aquí para crearte a ti mismo, continuamente. Richard Feynman
Comienzo este artículo con esta frase de Feynman para tratar de explicar que el tiempo, las circunstancias y las vivencias son el motor de nuestras propias transformaciones interiores y exteriores. Creo que los procesos vitales, llenos de momentos buenos y malos, marcan nuestra actitud y forma de ser ante la vida, guiados por un tiempo regalado que es capaz de desechar los matices externos para centrarse en nuestro propio yo y sus necesidades. La edad comienza a transfigurarte de tal forma que unos días nos sentimos jóvenes y otros muy viejos. Y así, envuelto en la memoria fotográfica de lo que fuimos y somos, comenzamos a dibujar los halos de lo que hicimos y lo que siempre quisimos hacer o no nos atrevimos por diversas circunstancias. Desde luego, no podemos ver la vida continuamente desde el retrovisor, pero en muchas ocasiones logramos entender lo que nos pasa en la actualidad cuando hacemos alguna parada por nuestro pasado. Nuestro estilo de vida, cuando alcanzas una cierta edad, comienza a redefinirse, dejando atrás ciertos patrones culturales que en muchas ocasiones son solo una barrera de nuestra forma de autoexpresión. En mi caso, y con los 50 ya puestos en mi piel, los días llegan con cierto sosiego hasta alcanzar a ver la vida con otros ojos y con otra perspectiva. Desde mi punto de vista, la autoexpresión no tiene edad ni fecha de caducidad y por ello en estos últimos tiempos he decidido tatuarme mi cuerpo como un ejemplo de reafirmación de mi propia autonomía personal. Algunos pueden pensar que la opción de realizarme un tatuaje en la segunda mitad de la vida puede ser un acto de rebeldía o, incluso, de ruptura de las normas socioculturales. Sin embargo, puedo afirmar que no tiene nada que ver con esto ni con ninguna otra circunstancia traumática; simplemente lo veo y lo siento como una celebración de la vida y, quizá, de una nueva forma de autoexploración corporal. Quizás siempre he querido hacerlo y no me he atrevido por los estigmas asociados a ellos, pero creo que hoy en día, afortunadamente esto ha sido superado, al menos por mi parte. En este sentido, la elección de tatuarme es una amalgama de experiencias vitales como narrativa de mi propia existencia y renacimiento personal, o al menos así lo veo yo. La marca dejada por la tinta en mi piel actúa como un recordatorio constante de mis propios cambios vitales siendo la esencia misma de mis propias experiencias.
En la actualidad, amigos y conocidos que ven la narrativa que muestra mi piel en forma de símbolos como el vegvisir, valknut o uroboro, entre otros, pueden pensar en ese dicho que dice “A la vejez, viruelas” o que algo parece no andar bien por mi cabeza, perdiendo una supuesta formalidad anterior. Pues nada de ello y todo pues, quizá, los procesos vitales y sus cambios no tengan una sola explicación, o quizá es la edad que comienza a superar los prejuicios y estereotipos hasta relegarlos a su propio significado. Lo cierto es que nuestra mirada del mundo cambia con la calma que dan los años y echando la vista atrás solo pienso en esos momentos en los que nos hemos sentido libres de verdad. Por cierto, parece que el primer tatuaje de la historia tiene más de 5.000 años y su devenir ha estado marcado por las distintas culturas que han poblado la tierra, estando presente en cada una de ellas de forma diferente, pero siempre presentes.
Hoy, como cada día, sigo sintiendo que la tierra que piso tiene diferentes matices y texturas, transformándome cada día en el verdadero dueño de mi piel y de lo que soy. Todos somos un lienzo en blanco en lo físico y lo mental, de nosotros depende cómo y con quién queramos dibujarlo.