Nacido en Arona (Tenerife) en 1983, este joven sacerdote de la Diócesis Nivariensis está vinculado a Betancuria desde niño, cuando acudía con su hermano gemelo y el resto de su familia al municipio que vio nacer a su madre. Su amor por la Patrona de la Isla se refleja en la pasión con la que habla de la Imagen, de su historia, de sus recuerdos de infancia y juventud, de la simbología que atesora el mes de septiembre,…
-Cuando su tiempo se lo permite (actualmente realiza estudios de teología espiritual en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma) aprovecha su estancia en las Islas para dedicar unos días a Betancuria y su gente, incluso celebrando alguna eucaristía si se ofrece la ocasión. ¿Por qué lo hace?, ¿qué significado tienen estos días para usted?
-Volver a la Villa significa volver a la raíz de mi familia, de mi historia, también de mi experiencia de fe. De manera especial este año, extraño por la tesitura que estamos viviendo, ha sido un auténtico bálsamo. Betancuria para mi es sinónimo de amigos del alma, gente a la que quiero, con la que he compartido el devenir de mi propia vida, y es siempre encuentro y motivo de alegría mi estancia aquí. Celebrar la eucaristía para mi es casi una necesidad personal, me nutre como creyente y sacerdote. Hacerlo delante de la imagen de la Virgen de la Peña, ante la cual he visto pasar la historia de mi familia, a la que personalmente he acudido en momentos de dificultades y alegrías, significa poner mi ministerio ante la presencia de María y al servicio de los peregrinos que de manera escalonada se van acercando al Santuario de la Vega de Río Palmas.
-Este año toca vivir las fiestas en honor a Nuestra Señora de La Peña de una manera diferente a causa de la COVID-19. En su opinión, ¿cabe el riesgo de que las Fiestas Patronales pierdan valor en tanto que no se pueden celebrar, como en el que caso de la Patrona de la Isla, eventos multitudinarios como la Romería Ofrenda o la Eucaristía que tradicionalmente se celebraba en la Plaza de la Vega de Río Palmas?
-Ciertamente el escenario dibujado por la evolución de la pandemia hace que nuestras fiestas mayores de Fuerteventura sean un poco diferentes. Me gustaría invitar a todos los devotos de la Virgen de la Peña a preguntarse qué es lo esencial. La experiencia de todos los que la víspera del tercer sábado de septiembre con el corazón peregrinamos a la Vega es la del encuentro con una madre que cuida, que alienta, que se preocupa de cada uno de nosotros. Pero esa atención materna se da y se mantiene el resto del año. Por tanto, si tenemos clara la esencia, no hay peligro de que el fervor se pierda.
-¿Qué recomendaciones lanza a las personas que quieran visitar la imagen de la Patrona de Fuerteventura este año?
-En primer lugar, hacer caso a las recomendaciones de las autoridades sanitarias. En segundo lugar, respetar el protocolo para garantizar las medidas de seguridad propuesto ya por nuestra Diócesis. Esto implica organizarnos con tiempo e ir a visitar a la Virgen de la Peña durante todo el mes de septiembre en los horarios indicados de apertura del Santuario. En tercer lugar, una llamada a la responsabilidad, sobre todo de las generaciones más jóvenes. Si las fiestas y encuentros multitudinarios estás suspendidos, no pongamos en riesgo nuestra salud ni la de otros saltándonos las prohibiciones. Por supuesto esto no lo quiere bajo ningún concepto la Virgen.
-Betancuria es un municipio singular, además de ser oficialmente uno de los más bonitos de España. ¿Cuál es la esencia que, en su opinión, no ha cambiado en las últimas décadas?
-Hablar bien de tu propia gente, de aquellos a los que quieres, hace difícil el ser objetivo. Pero si tuviéramos que hablar de esencia de la gente de la Villa, sin duda sería la acogida y el amor por lo suyo, su historia, su patrimonio, sus raíces, sus tradiciones. Betancuria ha sido un pueblo celoso de su rico legado cultural, artístico y de fe que tiene más de 600 años, lo que no pueden decir otros lugares del Archipiélago. Ha sido un pueblo de puertas abiertas para los propios que tantas veces han tenido que emigrar, como para los ajenos que siempre se han sentido acogidos en este entorno singular por la amabilidad y afabilidad de sus ciudadanos.
-La COVID-19 ha modificado parte de los hábitos y rutinas. La celebración de la Eucaristía no es una excepción. ¿Se pierde contenido y espiritualidad al tener que omitirse algunas partes de la misa?
-Al igual que lo hacía anteriormente, hago una llamada a descubrir qué es lo importante en la celebración de la eucaristía, ante todo la escucha atenta de la Palabra que Dios nos dirige y la participación de la mesa eucarística, alimentándonos del cuerpo de Cristo. Esto no se ha perdido. Prácticamente lo único que se omite por razones evidentes es el rito de la paz y la forma de distribuir la comunión, ya que se va por los sitios de las personas. Pero aquí también existe, creo yo, una invitación a un cultivo profundo de la experiencia de fraternidad y de construcción de paz a nuestro alrededor. Que no podamos intercambiar un signo físico de paz con el que tenemos al lado, no significa que no nos sintamos interpelados más que nunca a ser paz para otros, a construir ambientes de paz en nuestro mundo tantas veces dividido y enfrentado.
-Llama la atención que concluya la eucaristía cantando algunos versos incluidos en las Coplas a La Virgen de la Peña. ¿Por qué lo hace?
-Primero ¡porque estoy en su casa!, y es un signo de cariño y respeto a la Virgen de la Peña. En segundo lugar, porque no podemos olvidar el valor histórico- catequético de esta bella composición que tiene ya varios siglos de historia, probablemente compuestas por los frailes franciscanos del convento de la Villa. Recordar es volver a vivir, a pasar por el corazón. Al cantar las coplas, estamos rememorando y contándole a las nuevas generaciones la experiencia de amor, de sobrecogimiento, de presencia cercana del misterio de Dios a través de María, que experimentaron los creyentes sencillos que hallaron la imagen, pero también tantas generaciones de majoreros que han acudido a ella. Me emociona repetir el estribillo REINA Y SOBERANA, significa decirle a María, te reconozco parte de mi vida, señora de cuanto soy y de cuanto quiero ser. DADME VUESTRO AUXILIO NO SE PIERDA MI ALMA, significa pedir a Dios la gracia de cultivar una vida profunda, espiritual, auténtica, lejos de superficialidades, de banalidades. Reconocer que solo la ayuda de Dios nos hace hombres y mujeres grandes, fuertes, nobles, capaces de las más grandes gestas.
-En sus homilías utiliza un lenguaje cercano y accesible. ¿Se trata de un estilo personal o es producto de un cambio más profundo?
-Ambas. En primer lugar, fruto de un convencimiento: Jesús de Nazaret hablaba sencillo y claro. Y para presentar el Reino usaba de comparaciones comunes que todos eran capaces de entender. Por tanto, todo lo que sea utilizar la homilía para dar lecciones magistrales o mostrar lo mucho que sabe el predicador es desvirtuar su fin. Trato de desgranar y actualizar el mensaje de la Palabra de Dios. Que la persona que tengo delante descubra que esta Palabra está dicha hoy de Dios «por mí y para mí». Y, por supuesto, brota de mi propia experiencia de fe. Mis feligreses tanto en La Gomera como en La Palma saben que siempre tengo temas recurrentes a los que acudo: perdón, misericordia, amor gratuito de Dios por nosotros, comunión, inclusión, acogida del Misterio de Dios que se nos regala y que nos transforma… no podría hablar de esto si yo mismo no lo hubiera experimentado. El mayor regalo que Dios me ha hecho es ser consciente de mi miseria y mi pecado, mi ser pequeño, y descubrir ahí el camino para un mayor abandono- transformación en las manos de Otro que guía mi vida.
-Actualmente se encuentra completando su formación en la Pontificia Universidad Gregoriana, en Roma. ¿Se respiran aires de cambio en la Santa Sede?
-A nadie se le esconde ya hoy a nivel global el soplo de aire fresco, de la presencia del Espíritu que está suponiendo para la Iglesia el pontificado de Francisco. Y fíjate, la grandeza de lo que se está haciendo radica en volver a la esencialidad de la experiencia de fe y de encuentro con Cristo, que nos lleva a poner las manos y el corazón al servicio de los últimos, con gestos concretos de misericordia para con los que sufren cualquier tipo de discriminación. Creo, con el Papa, en una Iglesia que se arrodilla ante el que sufre y que está dispuesta a mancharse con el sucio barro del pobre. Creo que cada vez más, somos muchos los que vamos descubriendo dónde radica la clave del seguimiento y la respuesta a la llamada de Jesús.