OPINIÓN. «Cruzados Mágicos», por Felipe Morales

Hace dos años ya que Cornelio Chiringo le regaló a su mujer un sujetador por su aniversario de bodas, porque tiempo atrás le oyó decir a Carmenza que ella siempre había soñado con un Cruzado Mágico, cuando lo que ella realmente dijo fue un crucero mágico. Así que, aclarado el equívoco, en agosto de 2019 Cornelio obsequió a su esposa con un crucero de lujo de diez días por el Mediterráneo los dos juntos.
Quién les iba a decir a ellos que pocos meses después estarían casi año y medio encerrados en casa, llevando mascarillas por la calle y sin viajes a ninguna parte por culpa del jodío coronavirus. Los dos estaban desagallados desde enero pasado porque les pusieran la vacuna, aunque Cornelio decía que él no pensaba ponerse la Azteca, sino la Faifer. A Carmenza le daba lo mismo que lo mismo le daba. Y después de que en mayo por fin les pincharan la Moderna, un día se sentaron en el recibidor a mirar las ofertas en los catálogos que les dio su agencia de viajes para este verano, con sus certificados de vacunación enmarcados y colocados al lado de las fotos de los nietos. Ella prefería ir a la Península, y le dijo a su esposo que nunca había visto La Desagradable Familia de Barcelona. Él le replicó que para ver familias malcriadas se quedaba en Fuerteventura. -¡Qué ignorante eres!-, le respondió ella, y le dio como alternativas ir a Sevilla a ver La Torre del Loro o a Granada, a visitar La Alambrada. Justo en ese momento tocaron el timbre. Era Milagrosa, la prima hermana de Carmenza, que venía a traerles el queso de El Roque que les compraba todas las semanas. Ella les contó todos y cada uno de los veintisiete viajes que habían hecho ella y su marido con el IMSERSO, y lo bonito que era el Teatro Rumano de Mérida en Extremadura, la Vesícula del Pilar en Zaragoza, El Parque Nacional de Seña Ana, Doñana, o como demontres se dijera… Que de Seagovia lo único que había que ver era el Aguaducto, que así que no fueran, y lo buenísima y barata que era la ensaimada de… -¿Y tú no dijiste que tenías el potaje al fuego, Milagrosa?, porque se te va a quemar si no corres-, le recordó Carmenza a su prima, a ver si dejaba la retahíla de una dichosa vez.
Al día siguiente por la tarde, mientras Cornelio escuchaba un partido de la Eurocopa por el transistor, Carmenza estaba viendo en la tele, por novena vez, “Memorias de África”, y por novena vez las lágrimas se las bebía en las mismas escenas; miró para su marido y el dijo: -Cornelio, vámonos a un Safari a Kenia-. Y él le respondió: -¡Pero si nunca has querido ir ni al Oasis Park de La Lajita porque te asustan hasta los camellos, muchacha! Además, allí está todo el mundo sin vacunar-. -Ah, pues entonces esperamos a otro año-, convino ella.
Al mediodía les tocaron en la puerta. Carmenza abrió y vio que era el cartero, que le pasó dos cartas. Una era del seguro de la funeraria, que le había ido pagando su madre desde que nació hasta que se casó, y que a partir de entonces pasó a pagar ella, junto con el de su marido y el de todas sus hijas. La otra carta era de UNELCO. Cuando la abrió en la misma puerta y miró el importe del recibo de la luz del mes pasado, le dijo a su marido: -Me parece a mí que a donde vamos a ir de viaje este año es a La Graciosa, Cornelio.
Una semana después, mientras Carmenza pasaba el trapo del polvo por la mesa donde tenía colocadas las fotos de sus nietos y los certificados de vacunación enmarcados, se encontró en medio de ellos un sobre blanco. Lo abrió y sacó de dentro dos billetes de avión, a nombre de su marido y del suyo, con destino a Barcelona. También, una nota escrita que ponía: “Vale por una estancia de una semana en el Hotel Princess” y, además, dos entradas para La Sagrada Familia. -¿Fuiste tú, Cornelio?-. -No, cariño, fueron tus hijas-. -Pues nosotros sí que tenemos una agradable familia, ¿verdad, Cornelio?-. -¡Y tanto!-.