Hace unos cuantos años que leo libros que antes estaban en la sección de Autoayuda, luego fueron New Age y ahora le dicen Desarrollo Personal. Parece que es necesario ir cambiándoles el nombre para conseguir más lectores.
Para mí son libros sobre psicología, hábitos o rutinas, que otros han puesto por escrito porque les ha servido y por ello pueden servirme a mí.
Ya me da igual la etiqueta, que se les considere un género menor o hasta que algún lector/escritor con ínfulas me mire por encima del hombro por recomendar alguno.
En uno de esos libros, leí una vez que era imposible dar gracias y sentirse mal. Desde ese momento, lo de agradecer y dar gracias conscientemente ha adquirido una vital relevancia en mis años. En los míos y en los de las personas que tengo alrededor.
Cuando fui consciente del poder del agradecimiento, me volví loca intentando inculcárselo a mi heredera.
Allá por el 2015, llegando a noviembre y aprovechando la fiesta americana de Acción de Gracias, quise hacer lo mismo. Para mí noviembre es un mes en el que me enfoco en agradecer y en hacer extensible esta actividad a todos los miembros de mi casa.
A ver, que de Acción de Gracias solo aprovecho el nombre y algunas recetas. Lo de agradecer y juntar gente. El origen de la celebración y toda la historia que tiene aparejada la voy a dejar de lado, porque no me apetece meterme en un jardín. A mí lo que me importa es el mensaje de dar gracias y cómo lo llevo a mi terreno. Que en este caso, es crear conciencia en la cantidad de “pequeñas cosas” que tenemos que agradecer día a día.
Durante noviembre, saco mi panel de agradecimiento. El mismo que llevamos usando 8 años. Lo fabriqué una mañana con un cartón pluma que compré en la librería y muchos papeles de scrap que tenía en casa. Puedes dar rienda suelta a tu imaginación y hacerlo más o menos complicado. El mío me dio muy poco trabajo, la verdad, y ha sido muy resistente, porque llevamos usándolo todo este tiempo y creo que aún va a seguir funcionando unos cuantos años más.
Cada noche durante todo el mes, justo antes de irnos a la cama mi hija y yo escribimos en un papelito algo por lo que demos gracias ese día. Cada una el suyo.
Tardamos apenas unos minutos, pero es un momento del día que ninguna de las dos quiere perderse y que esperamos con emoción. Y esto viene unido directamente a que es imposible estar dando gracias y sentirte mal.
Y como digo, no hace falta agradecer que ha pasado algo extraordinario ese día o en este mes. Que parece que solo tenemos que dar gracias por cosas que se salen de lo común. No nos paramos a pensar la fortuna que tenemos de haber abierto el ojo esta mañana, de tener salud, de respirar. De tener una cama y un techo sobre ella. Ropa en un armario que te resguarda del viento. Una nevera que funciona con electricidad y te mantiene los alimentos en perfecto estado para que los tomes. Agua corriente y caliente que te cae sobre la cabeza cada día. De poder saborear el pan, con lo que quiera que le hayas puesto encima. Y que te puedas ir despertando tomando tu café. Que puedes oler y saborear.
Si te paras a pensar, en cada hora del día tienes un motivo por el que dar gracias.
Tengo guardados en una caja todos los papelitos que hemos ido escribiendo estos años. Darles una leída es un chute de alegría y optimismo. Recuperas la conciencia de la gran suerte que tienes de seguir por aquí y de poder ser consciente de ello.
Dar gracias sienta bien a todo el mundo.
Dar gracias y sonreír es automático.
Y siempre hay algo por lo que agradecer. No te olvides.