Lo que pensamos determina lo que somos y lo que hacemos, y, recíprocamente, lo que hacemos y lo que somos determina lo que pensamos. Aldous Huxley. Comienzo este artículo con el ánimo de reflexionar y analizar someramente sobre la conducta que adoptamos cuando nos comunicamos con los demás o con nosotros mismos a través de la palabra o el monólogo silencioso. En este sentido es el lenguaje, como elemento esencial de la comunicación entre los seres humanos, el que nos permite expresarnos y comprender a los demás, así como construir e interpretar el mundo de manera diferente. A través de esta forma única de interacción que nos define como especie, somos capaces de transmitir información y comunicarnos con nuestros semejantes utilizando códigos aprendidos que nos permiten desenvolvernos en diferentes espacios y momentos. Sin embargo, aunque la interacción humana y nuestra forma de relacionarnos no se puede circunscribir solamente a la comunicación, sí puede determinar parte de lo que somos o de lo que queremos en ocasiones ser o “aparentar” frente a los demás. Sin entrar en el análisis de los pensamientos primigenios no expresados, fruto de lo que alguno denominamos primer “arranque”, los cuales se ven limitados por leyes verbales no escritas, tendemos de forma consciente o inconsciente a seleccionar la información dependiendo de quien tengamos en frente. Pero dejando a un lado esta reflexión cuya divagación puede germinar en más de un artículo, me adentraré como ejemplo de lo anteriormente escrito, en el relato de un encuentro ficticio tras tres largos años entre dos viejos conocidos en un lugar y momento indeterminado. Con ello, solo pretendo retratar una parte de esa comunicación e interacción que radiografía parte de nuestra conducta cuando nos encontramos con nuestros semejantes, aunque esta no siempre es real y sincera. El diálogo que en muchas ocasiones se produce entre dos o más personas da la sensación de estar en ocasiones coartado por estereotipos y prejuicios sociales difícilmente comprensibles cuando lo analizamos individualmente con posterioridad.
Como todo encuentro de carácter casual, el primer gesto surge tras una corta exploración ocular física, propia de una curiosidad que trata de encontrar cambios que puedan dar inicio a una conversación que no siempre es cómoda si el radiografiado es consciente de ello. Comienza preguntando el interrogador. -¿Cuánto tiempo?, ¿dónde estabas metido?, desde que dejaste tu último trabajo no se te ha vuelto a ver por la calle-. Pensamiento rápido del interrogado. -Si me hubieses llamado alguna vez en estos tres últimos años, a lo mejor habrías sabido algo de mí y nos hubiésemos ahorrado alguna de estas formalidades-. Sin embargo, el interrogado opta por una respuesta tipo. -He estado en casa con la familia, a la que le debo algunos años en los que estuve bastante tiempo ausente-. Fruto más de la curiosidad que del interés por saber cómo se encuentra el interrogado, el interrogador vuelve a preguntar acerca de lo que algunos consideran uno de los ejes fundamentales de cualquier persona en su vida. -¿Y en que andas ahora metido?-. Dicha pregunta requiere una respuesta algo más meditada y la asunción de una postura física adecuada con el objeto de no generar una sensación incómoda en el otro que desemboque en un juicio de valor erróneo. Una vez más, el interrogado contesta seleccionando el mensaje. -He hecho algunas cosillas relacionadas con lo mío-. Sin embargo, el interrogado piensa a la vez en otra respuesta que no se atreve a expresar por miedo a la posible falta de empatía del otro. -Ha sido difícil salir de este bache, pero por fin veo algo de luz al final del camino-. Podemos seguir poniendo ejemplos de preguntas y respuestas insulsas por parte de los dos conocidos, pero creo que eso solo nos llevaría a concluir hacia una sola pregunta en la que creo que solo somos conscientes en determinadas ocasiones: ¿Somos capaces de expresar a los demás lo que realmente somos? o ¿callamos lo que somos por miedo a ser estigmatizados en una sociedad proclive a poner etiquetas sin realmente conocernos? No dudo que esto se puede analizar con diferentes matices y ópticas y que todos somos dueños de nuestro propio mundo interior, pero también creo que la falta de empatía en muchas ocasiones de parte de una sociedad que parece estar más preocupada por sí misma que por el conjunto, está derivando en la pérdida de valores tales como la escucha activa, la compresión o ser capaces de ponernos en la piel del otro. Dicha ausencia de valores entre otros, impone en muchas ocasiones, una puesta en escena de obligada máscara que oculta nuestra verdadera identidad y, por ende, nuestra intención. Sin duda, creo que como especie hay más elementos que nos une que lo que nos separa, solo falta que seamos capaces de poner en práctica esas cualidades que nos identifica y nos hace mejores como personas. Un día, quizás nos reunamos todos en la luz de la comprensión. Malcolm X.