OPINIÓN. «El final de la cuenta atrás» por Alejo Soler

Comienzo este artículo con el título de una de las canciones más icónicas de los años 80, en la que un grupo de melenudos suecos, como decían algunos padres de la época, llamados Europe, nos embarcaba en una nave espacial hacia Venus, como única solución de una humanidad que ya no le era posible seguir viviendo en un planeta cada vez más dividido ideológica y tecnológicamente entre los denominados bloques del Este y del Oeste. Y es que la escalada armamentística de muchos países, especialmente los europeos, ante los acontecimientos y tensiones internacionales y nacionales “a cuenta” de la Guerra de Ucrania, empieza a revivir entre la población de a pie los viejos fantasmas de una visión originaria de mediados del siglo XX que reflejaba la posibilidad de que una de las partes en las que se llegó a dividir el mundo, pudiera llegar a apretar el denominado “botón rojo” nuclear. Ante esta situación, en la que vuelve a estar presente el miedo nuclear, como método disuasorio y de escenificación de poder de algunos países, me surge la pregunta: ¿Estamos realmente viviendo una época de incertidumbre geopolítica diferente a la que se vivió desde mediados de los años 40 hasta la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética en 1989 y 1991? O realmente estos dos últimos acontecimientos solo fueron una tregua temporal de unos hechos que nunca han llegado a cicatrizar entre aquellos que siempre han considerado que el mundo se puede dividir en compartimentos ideológicos, políticos, económicos y sociales estancos. El conflicto de la antigua Yugoslavia (1991), la guerra de Chechenia (1994) o los numerosos conflictos en Oriente Próximo desde los años 90 (como los de Siria, Líbano, Jordania, Irak, etc.) son solo una muestra de que nada parece haber cambiado.

Pero lejos de entrar a valorar las causas políticas que dieron lugar a la denominada Guerra Fría y la tensión nuclear llegada hasta nuestros días, me gustaría volcar la mirada hacia su repercusión en el mundo del arte y de la música en la década de los 80, donde los mensajes trasmitidos en torno al peligro atómico y la polarización del mundo produjo un verdadero resurgir de movimientos culturales y sociales. En ese mundo ávido de transformaciones sociales, políticas y económicas, la información parcial sobre la retórica nuclear a la que pudimos acceder, nos llegaban principalmente a través de la música, los primeros videojuegos y los medios audiovisuales de aquel momento como eran el cine, la televisión y la radio. Los aires de protesta y libertad llenaron el panorama musical de canciones icónicas como “99 Red Balloons” de Nena, “Go West” de Pet Shop Boys, “Russians” de Sting, que nos mostraba esa necesidad de diálogo entre oriente y occidente, o el sencillo de Scorpions “Wind Of Change”, de 1991, que hablaba de los ansiados vientos de cambio que traían una nueva era marcada por el supuesto cierre de la guerra fría. En España, una de las primeras referencias a la guerra nuclear fue el disco de rock progresivo de Miguel Ríos ‘La huerta atómica’, de 1976, en el que narra el accidente de un avión nuclear en EEUU. El disco es una crítica a los sistemas de poder militar en los años de la guerra fría, en la cual se temía que las superpotencias pudieran desencadenar la madre de todas las guerras.

En el ámbito cinematográfico, la amenaza nuclear se reflejó en películas como: ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, de Stanley Kubrick; Juegos de guerra, de John Badham; La caza del octubre rojo, John MacTiernan; o Punto límite, de Sidney Lumet, entre otras, las cuales narraban en definitiva una situación de riesgo límite. En el terreno de los videojuegos destacaban, entre otros, Spacewar o Doom en los que el color “rojo” era el que identificaba al enemigo. Estos son solamente algunos ejemplos de ese “hervidero” cultural que motivó el tema atómico y nuclear. Pero, en un intento de radiografiar nuestra actitud ante estos hechos, ¿cómo está afrontando la humanidad el día a día ante esta aparente nueva situación trasmitida por múltiples y diversos medios de información con las redes sociales como exponente de la noticia inmediata, en muchas ocasiones falseada, sin contrastar y de escaso rigor? Y lo que me parece más importante, ¿cómo están y estamos filtrando dichas noticias? Desde mi punto de vista, este continuo “bombardeo” de noticias catastróficas, de las que no niego la existencia de algunos de los hechos, ha provocado que haya personas que opten por el denominado pensamiento avestruz, tratando no hablar de ello, convencidos de que la auto negación de los hechos los aleja de la amenaza. Por otra, aquellos que están imbuidos en su propia película distópica salpicada de pandemias, volcanes y crisis económica que creen imposible que la humanidad pueda superar, prefiriendo unirlo a su nutrido catálogo de apocalipsis cotidianos. Y por último, ante la imposibilidad de definir como es cada uno en su pensamiento y en su propio mundo, existen igualmente algunas personas que muestran simplemente indiferencia por estar quizás más preocupados por cómo superar el día a día que lo que pueda pasar en un “mundo” que les puede resultar lejano. Ante los ruidos de sables y la libertad del miedo, habría que desempolvar aquella frase histórica de Thomas Hobbes que hacía alusión al egoísmo y violencia que parecen ser innatas en el hombre, que dice “El hombre es un lobo para el hombre”.