OPINIÓN. «En manos de médicos» por Felipe Morales

El otro día tuve cita con mi médico de cabecera y con su mujer en el Centro de Salud para recoger el resultado de las analíticas. Me dijo que tenía un hígado gracioso, o grasiento, -algo así me dijo-, y me mandó al Hospital General Comandante Che Guevara de Fuerteventura para hacerme una eco. Allí estuve ayer, y todavía me llega el eco de la conversación que escuché mientras esperaba a que me atendieran y que luego les cuento. La eco del hígado, sin embargo, me la darán la semana que viene, pero le pedí al higadólogo que el hígado me lo pusiera encebollado, y si no era mucho pedir, con mojo verde. Él me dijo que para eso tenía que hablar con la nutricionista, pero le respondí que a mí la nutria no me gusta, aunque en realidad nunca la he probado, porque en

Fuerteventura nutrias no hay, si acaso Nutribén, pero eso es otra cosa que no tiene nada que ver con este asunto. El médico también me dijo que tenía alto el ácido telúrico y que no comiera carne roja, así que hoy me preparé una ensalada de carne de cochino. También me dijo que eliminara el marisco, los chorizos, las salchichas, las sardinas, el atún, las gambas… y que el alcohol ni verlo. Le dije que prefería que me hicieran un trasplante y que, por favor, me pusiera en lista de espera. Se echó a reír, así que inmediatamente, nada más salir de la consulta, le puse la correspondiente denuncia en Fiscalía por intento de homicidio gastrológico.

Mientras estaba en la sala de desespera del Hospital para hacerme la ecología, me puse a escuchar a otros impacientes que estaban sentados hablando entre ellos:
Una, que dijo que se llamaba María Ascensión del Desempleo, y que la madre había trabajado en el INEM hace años, comentó que a su marido lo habían operado el mes pasado de piedras en el riñón, y que cuando el cirujano se las sacó, descubrió que eran piedras volcánicas robadas de Calderón Hondo, por lo que fue detenido tras la intervención quirúrgica y puesto a disposición de los jueces de línea, que suspendieron el partido para volver a poner las piedras en su sitio.

Otra señora impaciente, Severina Cogote, comentó que ella empezó a tratarse con terapias alternativas que le enseñó su sobrina Ithaisa Dolores, que era mecánica de barcos y gruista los fines de semana. -Ahora, todas las tardes- dijo Severina, -me pongo en posición de bonoloto-. -También he aprendido a suspirar con los plumones y hasta he mandado a mi marido al carajo, que el puñetero llevaba metido en la bebida quince años y estaba enviciado con las máquinas-. Su marido se llamaba Argelio Machín, y por eso ella bromeaba diciendo que había cambiado el tranquimazín por el “tranquimachín”.

-Yo tengo una perforación anual-, dijo Petronilo José. – ¿Una perforación? ¿Dónde?- le preguntó preocupada Severina. -En el culo-, le contestó él. -Ahhh, hombre, entonces es una perforación anal, querrá decir-. -No, es una perforación anual porque me sale todos los años desde 2014… ¡Me lo va usted a decir a mí que soy el que la sufre!-.

-Yo también tuve el culo jodío, pero porque me salió una andorrana cuando estuve de vacaciones en Andorra hará tres años-, saltó uno que no dijo su nombre pero que tenía cara de ser croata o venezolano. Nadie le hizo caso.

-Yo estuve tres semanas en la uve y mi vida colgó de un hilo de nylon-, intervino una tal Isabel Rinoceronte, de Cantabria – ¿¡Y eso!?- preguntaron todos a la vez. -Un accidente de cabello; me ardió el pelo por un golpe de calor el verano pasado, porque no estaba acostumbrada a la solajera de esta isla. -Dios te salve María-, suspiró una. -Sin pecado convencida-, contestó otra.

-Y usted, que no dice nada, ¿cómo se llama?-, preguntó el cara de croata venezolano a la que tenía sentada al lado. -Me llamo María Cereza-. ¡Qué nombre más raro! -, le replicó Ascensión del Desempleo. -No, es que me faltan las dos paletas y no puedo pronunciar la T-, explicó ella.

Y como me llamó el higadólogo no pude seguir jociquiando…