Toda mi vida he estado rodeada de mujeres que movían las manos. Desde mi bisabuela hasta mi madre, pasando por las vecinas. Todas estas mujeres sabían hacer cosas con las manos. Y no cosas cualesquiera. Cosas útiles y bonitas que abrigaban o adornaban. Daba igual la disciplina artesanal que se usara, la belleza y utilidad de estas cosas queda fuera de discusión.
En aquellos días esto era lo más común. Todas las mujeres sabían coger una aguja y ya fuera coserte un botón o hacerte un traje, la aguja formaba parte de la vida de ellas. Por lo menos de las mujeres de las que yo me rodeaba.
Mi abuela Eulogia podía hacer ganchillo o tejer y fue autodidacta. A base de mirar la prenda, sacaba el punto. Mi abuela Teresa tejía y hacía traperas de ganchillo. Mi madre y mi tía Lala son grandes caladoras, ganchilleras o costureras. Y mi hermana la chica da fe de que no han perdido la destreza, que lució bien elegante el día de fin de año con un vestido que le hizo mi madre. Mi bisabuela Catalina siempre trabajó la palma. Seguramente sabía hacer otras cosas pero yo la recuerdo trenzando palma. Mi tía abuela Catalina hizo de tejer en telar su disciplina artesana. Y así, suma y sigue.
En mi casa, yo le he pegado a todo. Empecé bien chica a hacer punto de cruz. Tengo algunos trabajos de aquella tierna infancia. En tela Panamá y siempre esquemas de la revista Labores del Hogar. Manteles, caminos de mesas o tapetes con bodegones de flores. No me dio nunca por bordar ositos u otras cosas similares. Tampoco bordé abecedarios ni frutas. Aunque tengo que reconocer que cada mes durante un montón de años estuve coleccionando números de esta revista y hasta hace nada las tenía bien guardadas. En la última mudanza seleccioné las que me gustaban muchísimo y el resto fue al contenedor de papel para reciclar.
A hacer punto de cruz me enseñó mi madre, aunque realmente aquello era lo que se suele decir: coser y cantar. Hacer punto de cruz no tiene ningún misterio. Primero diagonal en un sentido, luego en el opuesto. Listo, cruz hecha. Aunque claro, también se puede y se debe ir perfeccionando la técnica, eso sí. De entrada, podemos buscar un esquema o patrón que vaya más con los tiempos. Los bodegones de flores quedaron muy vintage, como se dice ahora a aquello que envejeció. Solo hay que buscar un poquito y, mira, esto es una de las cosas buenas que trajo esto de la globalización y lo de estar ultra conectados.
El punto de cruz no ha pasado de moda en otras regiones e incluso hay gente que se ha hecho un nombre creando diseños para esta técnica. Mis preferidos son las diseñadoras americanas. Y lo mismo con los hilos. Ahora hay una variedad tremenda de hilos. Y no solo básicos. Hay tintoreras de hilos para bordar. Imagínate la fantasía. Y ya de último, podemos ir mejorando la base de nuestro trabajo. La tela Aida o Panamá estaba bien y, hasta hace nada, era lo único que encontrábamos por aquí. Pero esto también se ha ido modernizando y podemos hacer nuestras cruces sobre un trozo de lino. Incluso puedes elegir la trama de este lino según el tamaño final que quieras de las cruces o según tengas la vista.
Hacer punto de cruz, como el resto de artesanías, se convierten en una tarea meditativa que te mantiene la mente sana y despejada. Y esto lo estamos descubriendo nosotras ahora y creyéndonos muy guays. Nuestras abuelas ya lo sabían y por eso se reservaban las tardes para mover las manos y contarse cosas. Servirse el café, acompañarlo con unas galletitas de nata de leche cabra e ir fabricando sus propios tesoros. Yo tengo algunos que guardo como si valieran oro porque, para mí, lo valen.