OPINIÓN. «Juego de Troncos VIII (2ª Temporada)», por Felipe Morales

En mitad de la madrugada, la reina Loila II se levantó de su lecho real, se cubrió con una capa encapuchada e iluminando las sombras con un candil de aceite se abrió camino sola y sigilosa hacia la gambuesa de la Casa-Palacio. Se subió a lomos de Tomasa, su cabra-yegua, y en medio de la oscuridad cerrada de aquella noche sin luna, cabalgó rauda hacia el sur por la costa de Isla Seca: dejó atrás Puerto Capitalis; cruzó Tierra Antigua, bordeando Ensenada del Castillo y Villa de Sal; atravesó la costa de Twineshe hasta llegar a Tar-Ajal, la Ciudad Cangreja, y cuando llegó al reino de Pajarelia, descendió de Tomasa en el poblado de Lala-Jitta. Desde allí recorrió a pie la pedregosa vereda que conducía hasta una grieta oculta en el terreno. Transitó aquella larga gruta subterránea y, al final de la misma, una escalera de piedra la devolvió a la superficie, justo al mismo tiempo en que lo hacía el amanecer. Entonces, sus ojos descubrieron un paraíso tropical de exuberante y frondosa vegetación, atravesado por riachuelos y cascadas de aguas dulces y cristalinas, salpicado de cuadras, pesebres y cobertizos, unidos por puentes de madera de mansonia, castaño y bubinga. La reina se adentró en aquella selva imposible en Isla Seca, y recostado en una hamaca de chinchorro, a los pies de una secuoya gigante, rodeado por una multitud de animales de todas las especies que poblaban el mundo estaba Él: Lázarus, Patriarca Venerable del Oasis y Quiromante de la Orden de la Ardilla.

La reina inclinó su cabeza ante el viejo vidente, le expresó la angustia que le suscitaban los múltiples peligros que se cernían sobre su reinado y le rogó que le predijera su futuro en el Trono de Piedra. Lázarus, tras escuchar su plegaria, alzó sus manos al cielo y convocó a la ancestral Luz de Mafasca: desde el centro del firmamento emergió una diminuta bola de fuego; la chispeante esfera se aproximó a la reina y, a una velocidad vertiginosa, giró mil veces alrededor de su corona. La Luz, entonces, comenzó a crecer y crecer, pasando de ser aquel punto minúsculo a convertirse en una enorme esfera dorada en la que se visualizaron estas visiones que la monarca contempló:

Blasón de la Costa, aprovechando la soledad de la reina en el jardín de la Casa-Palacio, ocupada en alimentar a las ardillas, le asesta una puñalada en mitad de su espalda y huye hacia la Notaría. Aquellos cientos de alegres ardillas que la rodean orientan sus diminutos ojos hacia la reina malherida y, convertidas repentinamente en agresivas ratas negras, se abalanzan sobre ella y con dientes de culebra le devoran los ojos, hasta dejar sus cuencas tan vacías y oscuras como cavernas tenebrosas. Las gaviotas que sobrevuelan cada día la Casa-Palacio se transmutan en buitres voraces que picotean y se alimentan de los restos que habían dejado las ratardillas, hasta dejar únicamente un esqueleto con corona. Serguei del Sur aparece con cuerpo de cangrejo y, caminando hacia atrás, entra en el jardín, espanta a las gaviobuitres carroñeras y con sus poderosas pinzas se pone la corona real sobre su desnuda cabeza. Se dirige exultante al balcón, autoproclamando ante el pueblo su segundo reinado. Pero afuera, lo que se encuentra es una horda de plebeyos andrajosos y hambrientos que rodea la Casa-Palacio, a la que se une una pléyade de muertos vivientes procedentes de todos los reinos de Isla Seca. Derrumban sus muros y portones, invaden todas las estancias, saqueándolas e incendiándolas, hasta que todo queda reducido a cenizas.

Convulsionada por tan terribles visiones, Loila II abrió súbitamente los ojos, percibiendo que todo su cuerpo estaba empapado en sudores ardientes. Notó también que una mano le ponía un paño húmedo y frío en la frente y oyó una voz que le decía: -Solo ha sido una pesadilla, tranquila, estabas delirando… El galeno dice que tienes la peste cabildicia, pero yo sé que no son más que nervios. Le he ordenado que te baje el pomo-.

-¿Quién sois?- preguntó la reina.

-Soy yo; Maario Cabrerister, Señor y Sombra de las Ardillas… Sobrevivirás, yo estoy contigo y te protegeré de todo mal-.

-¿Dónde estoy?- le preguntó ella.

– En La Matilla- le respondió su protector.