Quiero comenzar este artículo con la descripción de una breve escena entre dos amigos, los cuales llevan compartiendo experiencias, vivencias e, incluso, penas desde que ambos decidieron firmar ese código no escrito de relación interpersonal convenida basada en la afectividad, confianza, consuelo, respeto y amor que comúnmente llamamos amistad. El marco de este reencuentro fortuito, se desarrolla en ese espacio frecuente, donde convergen múltiples relaciones sociales de todas las intensidades y que conocemos como bar. La escena se antoja ordinaria y protocolaria, tal y como marcan los cánones de esas leyes de comportamiento no escritas que parecemos tener asumidas conscientemente sin hacer uso de la razón. Ambos se sorprenden de verse, lo dicen sus ojos cubiertos de agua marina, pero su expresión desemboca en un fuerte y simple apretón de manos, seguido de unos golpes de rigor en espalda y hombros como expresión violenta y aprendida del afecto permitido socialmente entre hombres. Sin embargo, la atmósfera comprimida de su alrededor no les impide liberar una mirada fugaz, escrutadora y cómplice, símbolo de la felicidad que sienten al verse, pese a la inevitable retención del deseo de expresar todo aquello que sienten y no verbalizan por el corsé impuesto por una parte de esa sociedad que cohíbe la expresión de los sentimientos entre dos hombres que se quieren como amigos y han decidido construir un compromiso sincero. Conscientes del encarcelamiento emocional, susurran en su mente frases como “te echaba de menos amigo, siento no haberte llamado” o “espero que sepas que mi cariño hacia ti es más fuerte que un mensaje o una llamada de teléfono”. Este encuentro entre hombres es el fiel reflejo de esa masculinidad tradicional encorsetada que parece decirnos que solo hay una forma de ser hombre, el cual debe mostrarse siempre fuerte, seguro, valiente y contenido en la expresión de sus sentimientos.
Sin embargo, somos conscientes de que ese momento es irreal, tóxico y que, incluso, nos produce, por qué no reconocerlo, insatisfacción. La censura social existente sobre la expresión de cariño entre hombres, nos atenaza de tal modo que nos impide explorar otras formas deseadas de masculinidad, haciéndolas inalcanzables y prohibitivas a los ojos de un sistema sexo-género que solo genera desigualdades entre lo que simplemente somos, seres humanos. Desde este punto de vista, creo que otras formas de ser hombre son necesarias e imprescindibles para acabar con esos estereotipos y desigualdades entre hombres y mujeres; pero también entre hombres, que tienen el deseo de crear y vivir en una sociedad más igualitaria, apostando para ello por la horizontalidad y las relaciones equitativas. Lo que vean otros hombres en mí, no me puede impedir ser lo que soy, y la expresión de mis emociones no puede tener más consecuencias sociales que las que son o se puedan producir en cualquier circunstancia de la vida.
La colocación de muros emocionales por una masculinidad mal entendida solo crea dolor y frustración. En este sentido, el arraigo y la influencia cultural ha generado una brecha difícil de cerrar pero no imposible, y por ello es imprescindible comenzar a explorar lo que somos y no lo que la sociedad nos impone ser, reconociendo nuestras vulnerabilidades y dando rienda suelta a nuestros sentimientos fuera del ámbito de la pareja y de la familia. Para conseguirlo, creo que debemos desterrar ese instrumento de la masculinidad tradicional que es la homofobia. Ser sensible, comprensivo y cariñoso no puede “encasillar” tu condición sexual y, por tanto, la expresión de los sentimientos no nos puede seguir exponiendo a la humillación y al menosprecio. Los valores de lo que actualmente se llama “nueva masculinidad” están sustentados en la empatía, la libertad y el respeto a todas y a todos como elementos necesarios para alcanzar una sociedad más igualitaria. Pero para alcanzarla, debemos activamente aprender a escuchar e intentar ponernos en la piel de nuestros amigos, compañeras, parejas…
El desapego afectivo es solo la barrera que nos impide ser nosotros mismos y conectar de verdad con nuestro yo emocional. Cuando seamos conscientes de ello probablemente creceremos como y en humanidad. Yo no siento vergüenza por ser un hombre sensible y expresarlo verbal y emocionalmente y no voy a esperar a que los que más quiero no estén, para cargar con la losa de no haberles dicho simplemente TE QUIERO.