Acabó 2024 y entre encuentros y algún que otro desencuentro, volvemos a dar carpetazo a un periodo estival navideño que ha puesto a prueba, en algunos casos, los estómagos y bolsillos más resistentes. El adiós en nuestro calendario a un año cronológico más de nuestra existencia, nos abre de nuevo la puerta a un 2025 envuelto en algunas incertidumbres existenciales que trataremos de despejarlas, siempre con el probable fin de sentirnos mejor y mantener nuestra psique en equilibrio, con una larga lista de nuevos deseos y aspiraciones. A partir de ahora, empieza el olimpismo de los nuevos propósitos que van a regular y ordenar nuestras vidas hasta llenar nuestros próximos días o semanas de deseos y auto promesas que creemos que nos van a hacer más felices. Y es que esta sociedad, que parece desear constantemente desafiar el paso del tiempo con planes y ocupaciones cuyo objetivo no siempre tenemos claro, explora su tiempo libre, con el añadido forzado de actividades que deben ser necesariamente productivas y tendentes, aparentemente, a la búsqueda de una mayor felicidad. Sin embargo, esos niveles de felicidad y satisfacción personal que nos pueda aportar esos nuevos propósitos tienen, a mi juicio, un tiempo y un espacio determinado que no siempre consiguen procurarnos el bienestar que realmente ansiamos. Y así comenzamos el año, envueltos en un sinfín de actividades recreativas y formativas que más que procurarnos bienestar y equilibrio nos somete a una presión autoimpuesta que suele derivar, en ocasiones, en un estrés innecesario. Todas y todos ponemos el reloj a cero a comienzos de año y comenzamos a dar rienda suelta a nuestros anhelos, tales como el siempre ansiado aprendizaje de un nuevo idioma, reducir kilos rápidamente matándonos en el gimnasio, dejar de fumar de forma radical tirando a la basura los paquetes de tabaco o recuperar el hábito de la lectura de forma activa que teníamos aparcada desde hace mucho tiempo. Así, envueltos en una cierta confusión emocional, estas y otras promesas son incluidas en nuestra vida y tiempo con el fin de que se conviertan en la panacea de nuestra felicidad. Pero ante toda esta exigencia autoimpuesta donde el estrés campa a sus anchas, me pregunto, sin menospreciar el poder del deseo que nos identifica en muchas facetas de la vida diaria, si realmente estamos pensando conscientemente si esto nos hace felices de verdad o solo lo hacemos porque nos vemos empujados por una sociedad que parece estigmatizar cada vez más a todo aquel que no sigue los mismos preceptos que la masa global. Quizá realmente no queremos hacerlo, no quiero hacerlo, no sé siquiera si me apetece hacerlo o por qué lo hago; pero lo cierto es que lo hacemos a sabiendas de que ello nos resta algo de individualidad y autonomía como personas. Cuántas veces no pensamos que algo de nosotros mismos se desvanece cuando renunciamos a nuestra individualidad para encajar en un grupo y sentirnos que realmente pertenecemos a un colectivo para poder ser aceptados. Desde luego estos aspectos cobran una mayor fuerza entre las personas más jóvenes, entre quienes el poder de pertenencia a un grupo donde se puedan sentir, de alguna forma, validados tiene mayor incidencia que la opinión propia. Pero me pregunto si esto no está pasando también entre los que ya superamos esa etapa y nos vemos envueltos en un mundo donde el pensamiento crítico e individual está cada vez más denostado. No quiero poner en tela de juicio ciertas normas sociales y de convivencia o el empuje de las modas, que siempre ha existido; solo quiero manifestar que cuando nos vemos abocados a realizar ciertas actividades creyendo que nos van a hacer sentir mejor, no estamos reflexionando si lo hacemos porque nos apetece o porque seguimos el empuje de las modas sociales cuyo mensaje es capaz también de absorbernos. El hecho es que con ello, e inconscientemente, estamos renunciando a nuestra individualidad y, a su vez, a lo que realmente nos puede hacer de verdad felices. Al final todo pasa por la gestión del tiempo y las posibilidades que nos regala. Quizá, si hacemos una pequeña parada y reflexionamos sobre la frenética vida a la que nos exponemos constantemente, podamos encontrar todo aquello que nos satisface hacer de verdad y que probablemente esté en el cajón de las pequeñas y sencillas cosas de la vida. “Me siento culpable si me quedo sentado cuando sé que podría estar haciendo algo”. Michael Jackson