OPINIÓN. «Nos graduamos», por Alejo Soler

Que el tiempo pasa inexorable por nuestras vidas es un hecho constatable cuyo testigo, en forma de piel, nos muestra la finitud consciente de nuestra existencia. Por ello, cada instante vivido comienza a dibujarse en forma de anillos temporales, que escriben y describen los episodios de una historia, mi historia, que tatúan la orografía de mi cuerpo. En este caso, y como he titulado en este artículo, empiezo a entender mi devenir vital, en el que toda “graduación” no formal comienza a llenar mi currículum de instantes vividos y disfrutados en compañía de los que más quiero, mi familia. Y así, bajo ese influjo cálido y feliz de cada etapa, mis ya 50 años, me dicen que comienzo a ser más pasado que un futuro que sin duda se encuentra marcado por un presente que corre a toda prisa por la vida. Dejando a un lado este tipo de reflexiones existenciales, quiero dedicar las siguientes líneas a explicar lo que estoy experimentando en mi interior cuando una de mis hijas está a punto de graduarse en lo académico y, por ende, en la vida. No sé si los próximos renglones harán justicia a la descripción de un momento, mezcla de orgullo y nostalgia, que les aseguro que hace latir mi corazón al vaivén de unas emociones transformadas en la firma de un amor incondicional. Para ti, que no hace falta escribir tu nombre, van dedicadas estas líneas.

“Sus ojos se abrieron hace 22 años, envueltos en agua mansa de diferentes colores, cuya mirada navegaba en esencia en un mundo nuevo y desconocido, el mundo de su todo, aquel cuyo destino en travesía buscaba puerto en los brazos y abrazos del afecto. Fotografiando cada etapa de lo que ocurría a su alrededor, seleccionaba imágenes que rompían las puertas y el espacio interior de cada experiencia. Y así, el todo era guardado celosamente a través de sus ojillos de agua marina, esos que son capaces de escrutarte hasta lo más profundo de tu alma. Sumergida en el crecimiento personal de lo acontecido y por acontecer, tocabas la ternura de tus padres que sentían, orgullosos, tus elecciones de vuelo. Ordenabas y ordenas tu cariño en todo lo que haces, sin hacer distinciones hacia quien lo haces, pues sientes que el afecto te construía como persona. Humilde, trabajadora, perspicaz, no resumen ni por asomo los múltiples valores que cimentas cada día en este camino de vida compartido con los que más quieres y te aseguro te quieren. Solo los recuerdos son capaces de parar el tiempo por el ansia del deseo envuelto en instantes de placer. No puedo definir el grado de amor que he sentido y siento en este camino andado, pero sí te digo que sería capaz de escribir las letras más bonitas de este mundo por seguir deambulando a tu lado en todas las etapas de tu vida. Me queda mucho por decirte, por abrazarte, quererte y, sin duda, amarte, y por todo ello solo quiero darte mil gracias por hacerlo juntos”.

Padres e hijas sabemos que debemos seguir colocándonos el ribete y la estola en todas y cada una de las etapas que configuran nuestra vida, pues todo momento forma parte de ese relato indispensable que merece ser celebrado como parte de nuestra propia existencia.