“Quizá la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia”, Aldous Huxley (1894-1963). Utilizando estas “proféticas” palabras del escritor y filósofo británico Aldous Huxley, escribo este artículo con el ánimo de reflexionar sobre la importancia y necesidad de situar en el devenir de nuestras vidas el conocimiento de la Historia, cuyo ejercicio de reconstrucción y diálogo con el pasado nos permite abrir las “puertas” de la comprensión del presente y del mundo que nos rodea.
Desde mediados del XIX, historiadores, profesionales de otras disciplinas, administraciones, reminiscentes y un sector sensible de la sociedad, entre otros, han dedicado largas horas de reflexión sobre la necesidad de proteger nuestro patrimonio histórico, cultural y natural como único “vehículo” posible y capaz de entender lo que fuimos, para ayudarnos a comprender lo que somos. Pero, ¿cómo logramos realmente una sensibilidad colectiva, protectora y responsable sobre nuestro patrimonio cultural que consiga trasmitir los valores culturales que nos identifica como sociedad? Sin entrar a valorar las funciones y obligaciones de las instituciones locales, regionales y nacionales, así como sus regímenes jurídicos de protección, desde mi punto de vista, la fórmula no es sencilla cuando se trata de crear una conciencia colectiva que sea corresponsable de proteger nuestros propios “orígenes” en cualquiera de sus formas culturales. Y entonces, ¿qué modelo, norma o medios se pueden poner en marcha para conseguir que la población autóctona y alóctona “sienta” la necesidad de preservar la riqueza del legado histórico que nos han dejado las sociedades del pasado?
Sin duda la respuesta no es fácil y la pregunta se puede analizar desde diversas ópticas. Una de ellas parta, probablemente, del hecho de que la salvaguarda del patrimonio cultural en una población sujeta a los vaivenes de la vida no esté entre las prioridades personales y globales de la sociedad. Sin embargo, me atrevería a decir que en un mundo globalizado sujeto al progreso de las nuevas tecnologías de la información, dominadas por las redes sociales, el quid de la cuestión parece pasar inexorablemente por encontrar el medio más idóneo de trasmisión y difusión de un conocimiento histórico riguroso sobre nuestro patrimonio e idiosincrasia, que nos permita valorar con la mayor objetividad posible como sociedad la importancia de preservar el patrimonio cultural. Estas disertaciones no son nuevas y han estado siempre insertas en la búsqueda de respuestas a las preguntas que nos hemos hecho desde nuestros orígenes como especie sobre quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos, las cuales siguen siendo parte del corpus utilizado por la ciencia histórica para tratar de comprender el pasado, entender el presente y proyectarnos hacia el futuro.
Es en ese contexto, desde mi punto de vista, donde la Historia desempeña un papel fundamental, encaminado a encontrar respuestas “objetivas” que nos permita entender los cambios que se han producido y están produciéndose en nuestros pueblos, ciudades y planeta durante el siglo XX y XXI, con el objeto de disponer de una mayor, diversa y contrastada información, capaz de analizar los hechos del presente con la mayor objetividad posible rehuyendo de los brazos de la desinformación. Para conseguir este objetivo, la reconstrucción del pasado requiere dialéctica, pensamiento crítico y aceptación de la microhistoria, historia local y la intrahistoria como elementos contributivos a un mayor campo de reflexión sobre las virtudes, contradicciones y “lucha”, en ocasiones, contra las malintencionadas interpretaciones que se han esgrimido sobre los diferentes acontecimientos en los que nos vemos sumergidos consciente o inconscientemente cada día. Bajo esta premisa, considero que la conciencia de nuestros antecedes culturales, de nuestra Historia en definitiva, es lo que da verdadero sentido a quienes somos, otorgándonos una identidad única y auténtica que nos define como sociedad. Desde esta óptica, nuestro patrimonio cultural, material o inmaterial y natural sigue siendo un elemento definidor de la identidad de todo pueblo y una fuente de cohesión social y orgullo colectivo. Los distintos bienes patrimoniales salpicados por nuestra geografía son parte de ese testimonio que nos “habla” de lo que fuimos, de lo que somos, pero también de lo que podemos llegar a ser. Y bajo esta mirada, que trata de reconciliarse con el pasado para poder entender mejor el presente y afrontar con garantías el futuro como herencia para las nuevas generaciones, se hace necesario el convencimiento común que nuestro patrimonio cultural, raíz de la riqueza de toda sociedad, puede convertirse en un activo económico vital y sostenible independientemente del lugar en el que vivamos. Para ello es esencial liberarnos de prejuicios y tópicos autocomplacientes sobre el pasado y lo que representa en cualquiera de sus formas materiales o inmateriales, tratando de reflexionar que la incomprensión del presente nace del desconocimiento del pasado y que el rescate del mismo es esencial para poder avanzar hacia una sociedad mejor.
Un pueblo que no conoce su historia no puede comprender el presente ni construir el porvenir. – Helmut Kohl