De aquellos días de confinamiento y pandemia, que hoy parecen tan lejanos, me llega siempre el recuerdo de la locura por el pan y las torrijas. Cuando llegamos a abril, entraras en la plataforma que entraras, ahí encontrabas un plato con torrijas.
Me gusta mucho la palabra torrija, me recuerda a mi abuela Eulogia, que fue quien primero me dio a probar las torrijas, aunque ella las llamaba pan frito. También me recuerda a mi padre, que usa esta palabra para referirse a alguien pusilánime y de poco vigor. No me digan que no es acertado: un torrija es un blandengue, en resumidas cuentas. Aunque según la RAE también es estar borracho.
Las torrijas, como casi todo en la vida, puede ser algo fácil, rápido y resultón, o podemos implicarnos un poco más y tener una torrija sublime y deliciosa que te haga acordarte de tu infancia, como en mi caso, o de algunas tardes frías en Madrid, también en mi caso. O también de algún desayuno en Chicago, solo que allí le decían French Toast. Y para seguir con el exotismo del nombre, le añadían frutos rojos y bien de sirope de arce.
Me acuerdo ahora de las torrijas porque estamos en el mes de la Semana Santa y son tipiquísimas de esta época. Parece ser que las torrijas eran la comida saciante perfecta para la temporada de Cuaresma porque se aprovechaba el pan viejo en una época en la que no se podía comer carne, dos en uno. Una torrija, no tiene mucha ciencia: pan que se ha quedado duro, cortado en rebanadas, remojado en leche, rebozado en huevo y azúcar, y que luego se pasa por la sartén. Listo, ahí tienes una torrija. Podría quedarme aquí, pero ya sabes (y si no te lo cuento), este año esta sección que escribo va dedicada a las pequeñas cosas. Esos detalles casi imperceptibles pero que marcan totalmente la diferencia.
Cuando vas a hacer una torrija, cosa que te recomiendo en estas fechas, puedes limitarte a lo que te he puesto en el párrafo anterior o puedes ir a la torrija memorable. Yo te recomiendo empezar por el pan. No te pongas con excusas y rollos, el pan para las torrijas te lo hace hasta la thermomix, no hace falta que metas la mano y amases si no quieres; pero tú te lo pierdes. Un pan brioche es un pan normal de agua, harina, levadura y sal, pero que se le añade huevo, leche, azúcar y mantequilla. La mantequilla hace la diferencia. Lo amasas con gusto y también con intención: no estás haciendo cualquier cosa, estás haciendo la materia prima para las torrijas que van a pasar a la historia. Hornéalo y rebánalo.
Si te pones muy tiquismiquis, puedes comprar el pan. Ya te digo que lo mismo no es, pero puedes comprar un pan con cuerpo, que tenga miga un poco densa, el típico pan de pueblo que está bueno para mojar en las salsas.
Después, infusionas la leche. En un cazo pones a calentar leche con un palo de canela, cáscara naranja y de limón. De esta leche puedes hacer cantidad, porque está buena con todo o hasta sola. Y ya sí puedes hacer la torrija. Yo junto la leche y el huevo y los bato bien. También le pongo el azúcar a esta mezcla y añado aquí mi ingrediente secreto: una cucharada de anís (de licor de anís). Dejas que el pan se atorrije en esta mezcla. Si el pan es brioche, es esponjoso y le va a encantar atorrijarse en esta masa. De ahí lo pasas a la sartén con poquita aceite, como si la hicieras a la plancha. Vuelta y vuelta. Al servirla, le espolvoreas azúcar y canela por encima y le puedes poner también una onza de chocolate negro.
Te puede parecer mucho trabajo, pero son pequeños detalles que van a hacer que nadie olvide tu torrija.