Cuando vuelco la memoria hacia algunos capítulos de mi vida, uno de los destinos de ese sendero, me lleva irremediablemente a esos momentos de la infancia y adolescencia que cada día guardo en carpetas que se van adjuntando de forma intermitente en algún lugar de mi disco duro. Y así, bajo esa bruma que envuelve los recuerdos de lo que fue o lo que pudo haber sido, surge ese recuerdo mágico de la década de los 80, que tanto ha dado para escribir y reescribir la vida de los que hemos alcanzado ya el medio siglo. A través de ese seductor retrovisor, que consigue activar mi “sistalgia”, navegan unos recuerdos ochenteros que me trasladan a un periodo estival que me hace recalar de forma constante en el puerto de la pregunta ¿qué hacíamos algunos en verano por aquel entonces? Para muchos, el verano es quizá la estación más esperada del año, donde niños y adultos conseguimos atrapar esos beneficios que aportan los largos días de luz, los cuales son capaces de frenar un estresado cerebro surcado en muchas ocasiones por un otoño intermitente. Y bajo ese ejercicio reminiscente, me doy cuenta de que todo comenzaba con el sonido estridente de una sirena de colegio o instituto que marcaba el fin y el principio de una etapa capaz de abrir la puerta hacia un nuevo horizonte difícil de dilucidar. El mundo giraba en torno a nosotros, o así lo creíamos, dibujando un bucle de preguntas llenas de ansiedad en torno a ¿qué iba a hacer cada uno ese verano? La pregunta podía parecer obvia o no contener una intención precisa, pero el vínculo que se establece a ciertas edades con los amigos y amigas es tan grande, que sentimos el vértigo de una posible pérdida cuando se imponen los tiempos de pausa obligatorios entre los que compartimos algún trayecto del camino.
Todas las formas posibles de verano comienzan con el abandono de las raídas mochilas por la uniformidad por excelencia del verano compuesta de una camiseta, el bañador y las “cholas”. A partir de ese momento, damos luz a esos instantes inolvidables, donde el elemento imprescindible son los amigos y amigas, pues ellos son los artífices de los acontecimientos que marcan tu diario vital en los largos días de sol. Tarareando viejas canciones ochenteras como “La chica de ayer” de Nacha Pop, “Cadillac solitario” de Loquillo y los Trogloditas o “Maneras de vivir” de Leño, entre otros, dejábamos volar la mente hacia los posibles placeres que nos podía deparar una vida adulta llena de conciertos, viajes y diversión, sin ser conscientes de que aquellos instantes eran los que realmente estaban creando los recuerdos que marcarían una futura sonrisa cuando echáramos la vista atrás. Y así, haciendo el camino hacia Playa Blanca, entre risas, anécdotas y con un bocata en la mochila, disfrutábamos de un tiempo que parecía detenerse ante la alegría que desprendíamos todos juntos. Haciendo un guiño a mi vida personal, tengo que decir que en esas idas y venidas a la playa, me enamoré de la chica más especial de mi universo, mi mujer. Cae la tarde, es hora de volver y el sol que se esconde en el oeste nos indica que debemos poner un punto y seguido al día, dando paso a la obligatoria quedada de grupo nocturna en la Plaza de La Paz. La noche joven vuelve a ser nuestra, así como todas las historias que allí se cuenta y se desarrollan. Unas bolsas de pipas hacen las delicias del grupo, alguna pareja se escapa para dar paso a besos furtivos envueltos en la pasión irrefrenable de la juventud. El reloj marca la hora de vuelta, el tiempo vuelve a coronar el paso de nuestras finitas vidas. Nuevos días, momentos y lugares diversos no esperan en esos veranos donde la importante sigue siendo el cómo y con quién lo vives, un aprendizaje que solo te da la perspectiva de los años. Quizá quien lea este artículo dirá que lo que hacíamos habitualmente en verano un grupo de amigos quinceañeros no tiene nada de especial, que sus recuerdos le llevan a lugares y momentos más especiales que los que yo de forma sucinta he descrito en este artículo. Pero para mí y el grupo de amigos que se ven reflejados en él, eran y seguirán siendo los veranos de nuestra vida.