Miguel de Unamuno y Jugo, universal escritor y filósofo que cultivó varios géneros literarios y que se significó notablemente por mantener una firme posición en sus postulados ideológicos, estuvo confinado en Fuerteventura desde el 14 de marzo de 1924 hasta el 9 de julio de ese mismo año, en virtud de una orden decretada por Primo de Rivera, debido a las críticas del autor de San Manuel Bueno, mártir a la monarquía y a la propia dictadura por entonces imperante.
El escaso tiempo que Unamuno pasó en Fuerteventura dejó una honda huella en él, como así se atestiguaría en el resto de su vida a través de su testimonio y de su obra. La figura del escritor vasco ocupó el centro social de Puerto Cabras durante su corta estancia en la Isla, en la que trenzó sólidas amistades, entendiendo la idiosincrasia majorera, integrándose plenamente en la realidad que conoció, trazando un mapa sentimental que uniría para siempre a Fuerteventura y a Miguel de Unamuno.
Desde entonces hasta hoy, no han dejado de celebrarse continuos homenajes a un intelectual que vinculó su nombre al de una isla que lo enamoró por su sencillez, la humildad de sus gentes y la crudeza de sus días. En 2024 se cumplen cien años del confinamiento de Miguel de Unamuno en Fuerteventura, por lo que estamos en un momento idóneo para que el Ayuntamiento de Puerto del Rosario adopte un acuerdo que refuerce los lazos de unión con el escritor que acogió en 1924.
Por todo lo anterior, creo que Miguel de Unamuno debería ser considerado hijo adoptivo de Puerto del Rosario a título póstumo. Fuerteventura se asomó a uno de los grandes autores e intelectuales del pasado siglo cuando Unamuno unió su destino a nuestra isla en un momento crucial de su vida e insospechado para el devenir de este rincón atlántico de inspiración. La corta estancia del escritor en nuestra isla dejó una huella muy profunda, fruto del afecto que profesó por la inspiradora tierra que pisó.
A pesar del tiempo transcurrido desde entonces, aun no ha sido suficientemente ponderada la figura de Unamuno para el porvenir cultural de Fuerteventura, en tanto que espacio vital donde reinan las melancolías por esta tierra del corazón que siempre le acompañaría hasta su muerte. El destino indeleble que lo unió a este lado del Atlántico tiene una hondura poética insondable en su totalidad. Por todo ello, creo que hay que rendirle homenaje con la consideración de hijo adoptivo de la capital.
Unamuno es Fuerteventura y nosotros somos deudores de su dedicación y devoción, que nos situó para siempre en la ruta de los sueños que las palmeras señalan en el firmamento, una figura determinante para nuestra cultura, porque Unamuno y Fuerteventura son dos destinos en uno.