Texto: Janey Castañeyra
Alejandro Castañeyra (Puerto del Rosario, 1990) se hizo cargo de una disciplina que no existía antes de su llegada al pequeño municipio de Jávea (Comunidad Valenciana) y en unos pocos años se estaba codeando e, incluso, superando a la élite nacional de uno de los deportes más exigentes y competitivos del mundo como es la gimnasia artística. De comenzar en 2014 entrenando en el patio de un colegio, con 40 niños, sin aparatos, a alcanzar los jóvenes gimnastas formados por él cerca de 300 medallas en Campeonatos de España. La de este joven majorero emana los tintes épicos de las grandes historias, supone un toque de atención a las administraciones públicas porque demuestra que, apostando por profesionales formados, los logros en el deporte base van a llegar; y es, además, inspiradora para cualquier amante del deporte, por conseguir todos sus éxitos abanderando los valores de respeto y deportividad. Podría ser, sin problema ninguno, un capítulo de Informe Robinson.
Esta historia comienza en Fuerteventura, cuando Alejandro y sus dos hermanos, Óscar y Yamil, se aficionaron a la capoeira y el breakdance, acrobacias que no se enseñan en la universidad; así que Alejandro tiró por la rama de la gimnasia artística en la carrera de INEF, que cursó con matrícula de honor en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Tras un año de Erasmus en Burdeos (Francia), recaló en su último año en la Universidad de Valencia, donde completó la especialidad de Gimnasia Artística; obtuvo el título de entrenador nacional de Nivel III e hizo sus prácticas en un club valenciano. “Los tres hermanos bailábamos capoeira desde muy pequeñitos. Yamil y yo nos pasamos al breakdance. Llegamos a competir. Y en la carrera es que descubro la gimnasia artística. Me gustó, vi un futuro profesional, porque es un deporte olímpico y muy parecido a lo que había hecho durante muchos años en la calle”, recuerda.
Desde Valencia, le ofrecieron trasladarse a Jávea en 2014, a unos 100 kilómetros de la capital, porque el Club Montgó, dedicado a la gimnasia rítmica, quería montar una sección de artística. “Me pedían 27 alumnos y desde el principio comenzamos con más de 40. Hice una exhibición por los colegios, un taller de acrobacias, con música y breakdance. Llama mucho la atención una persona que da un mortal en el aire”. Y así comenzó a captar alumnos. “Empecé con una pista hinchable y unas colchonetas de un colegio, que nos cedía una esquina del patio. Montábamos y desmontábamos todos los días”. Poco a poco, iba incorporando material, “unas anillas, una seta, más colchonetas…” y la montaña de equipamientos era cada vez más alta.
Rememora cómo “ese primer año competimos en el equivalente a una cuarta división. Nos centramos en los juegos escolares (los Jocs), competíamos en salto y suelo e hicimos una exhibición musical. El segundo año, acabé con 80 niños y lista de espera” y se incorporó al proyecto su hermano Yamil, “que era juez y lo propuse, aunque solo yo estaba remunerado, y la parte administrativa del club”. En las primeras competiciones, “fuimos campeones regionales, autonómicos y nacionales” (de Tercera División), “¡incluso en aparatos que ni siquiera teníamos! Llegamos al campeonato y la jueza viene y me pregunta: ¿tú no me habías dicho que no tenías potro ni paralelas? ¡Si tus niños son primeros!”.
La sección de artística siguió creciendo, consiguiendo títulos nacionales “que nos dieron visibilidad y un apoyo impresionante. Convencimos a los padres para buscar una sala vacía y habilitarla. Lo hicimos todo nosotros, entrenadores y padres, trabajando en la obra”, relata riendo. Con las nuevas instalaciones, los resultados siguieron llegando hasta el punto de obtener un llamativo récord, el del primer club en conseguir un oro nacional en cuatro años de existencia, algo que es “muy emocionante, porque compites con clubes que tienen treinta, cuarenta años de historia, y que tienen a figuras internacionales detrás”.
Como director deportivo y entrenador de alto rendimiento en el Club Deportivo Montgó, Alejandro Castañeyra defiende la importancia de trabajar la técnica y la musculatura, aun no contando con los medios de otros clubes. Pero si en algo destaca su método es en su filosofía de vida, en su carácter afable y tranquilo, en su convicción de que lo importante no son los resultados. Recuerda, en este sentido, una competición en la que “el mejor gimnasta de Barcelona se cayó y mis niños lo celebraron. Les expliqué que eso no es para alegrarse, que hay que ganar haciéndolo nosotros bien. Lo compraron, así que fueron a apoyarlo y felicitarlo”. En el lado contrario, lamenta que “he visto a entrenadores decirle a un niño: para hacer esa mierda, no venimos. ¿Cómo vuelve ese niño a entrenar?”. Además, incide en que “la gimnasia es un deporte en que entrenas seis días a la semana, tres horas al día y en el que “solo uno de cada treinta niños se dedica a la competición. Tiene que gustarle, soportar un entrenamiento con muchísimas repeticiones” y, para conseguirlo, hay que hacer “que sea divertido. Un ejemplo de que las cosas salen bien es cuando los niños se quieren quedar a entrenar después de tres horas”. Y también valora que “para mí, todos son igual de importantes, los campeones y los que solo quieren divertirse. Después de siete años, soy como su tío. Los he visto crecer”.
El club continuaba ascendiendo, consiguiendo títulos en la Segunda División de los Campeonatos de España y también, con el tiempo, en la Primera. Relata Alejandro que “alcanzamos los 250 alumnos. Me siento súper orgulloso, porque con una sala pequeñita podíamos competir, disputar medallas…”. Para ilustrar su fórmula, cuenta su conversación con un entrenador internacional “a quien respeto mucho. Me dijo que la diferencia estaba en nuestra política de divertirnos. Hay entrenadores más técnicos, pero tú sabes transmitir a los niños, me dijo. Ese era nuestro fuerte, nuestra actitud: comernos el aparato y pasarlo bien”.
Tras siete años en el Club Montgó, 283 medallas en campeonatos de España en las tres primeras divisiones nacionales, 120 de ellas de oro, y alumnos que han dado el salto a la selección, Alejandro se replantea su futuro. Les acompaña a principios de este mes de diciembre a Pamplona, en el que “seguramente será mi último Campeonato de España con el club”, para luego focalizarse en el Máster de Educación que le permita dar clases en el futuro. Lo que está claro, es que vaya donde vaya Alejandro Castañeyra, lo hará con una sonrisa en la cara.