Texto: Janey Castañey
“Las Dunas de Corralejo. No nos encontramos ningún hotel, ni nada parecido, todo era muy salvaje”. Con estas palabras, Agustín Medina rememora el inicio de la primera vuelta a la isla completa que dio a pie, en el año 1965, un grupo de jóvenes majoreros y que quedó para la posteridad en un vídeo a color, grabado en 8 milímetros. “Tino” Medina y Pedro Romero partieron de Puerto del Rosario en dirección norte y se les sumaron en Ajuy Felipe Paniagua, Domingo León y Carlos Peral. Transcurridos doce días, llegaron de nuevo a la capital.
56 años después, Cipriano Peña y Alejandro Navarro completaron ese mismo recorrido, esta vez en apenas 74 horas, con el Reto Solidario de la asociación Kilómetros por Sonrisas. Y entremedias lo hicieron también, en el año 1975, Victoriano Morales, Estaban Domínguez y los hermanos Ramón y Juan Castañeyra, en dirección opuesta y en ocho jornadas de caminata.
Los testimonios de la primera vuelta desprenden nostalgia, los recuerdos de una isla por descubrir. “Teníamos un afán de aventura. Fue programado por Pedro Romero, que era nuestro profesor de matemáticas, y tenía poco más de veinte años. Imagínate la responsabilidad, llevándonos a nosotros siendo chiquillos”, rememora Felipe Paniagua, porque, hasta ese momento, lo más lejos que conocían era el pueblo de El Cotillo. “Si alguien hubiera visto lo que nosotros, pensaría que estamos en otra isla. En Morro Jable, habría unas doscientas personas. Nos encontramos unos señores jugando a las cartas y se conocían todos”.
Recuerda Paniagua que Pedro Romero tenía un mapa del tamaño de una mesa de comedor, que marcaba las fuentes donde recargar agua. Fue una vuelta para disfrutar, en la que incluso descansaron dos días en Morro Jable.
Pero también considera que en cierto modo “fue una temeridad”, ya que no había sino unas cuantas cabinas de teléfono en todo el recorrido “para llamar a casa y decir que estabas bien”. Aunque también en aquel momento “no echas de menos lo que no conoces”, señala Juan Castañeyra.
Si la primera expedición contó con la asistencia y visitas de amigos en distintos puntos de la isla, que les llevaban suministros, una década después, el grupo de Juan Castañeyra lo hizo “sin otro apoyo que nosotros mismos. Nos propusimos bajar de 10 días porque la anterior fue en 12”.
“Fue una apuesta que hicimos con tres copas” porque “Evaristo (Fernández, que hizo la vuelta anterior) nos decía que no podíamos”, recuerda por otro lado Victoriano Morales. “No llevábamos sino lo puesto y el agua la recargábamos en las fuentes que encontramos”, a lo que Juan Castañeyra agrega, cuando tocaban algún punto habitado, “en las tiendas recargábamos la sopa Magi, arroz, un par de papas para sancochar, alguna lata de atún…”. También algún pulpo, lapas y burgados que recogían por el camino. Y en la Punta de Jandía “nos hicimos una paella riquísima”.
El cambio de la isla se evidencia, por ejemplo, en La Pared. Cuando pasó Felipe Paniagua, solo vieron “una alambrada”; diez años más tarde, “ya había un grupo de casas”, recuerda Juan. “Solo había un señor extranjero que no nos quiso dar agua, sino vendernos botellas de Firgas”.
En cuanto al Reto Solidario, tuvo lugar en diciembre de 2021 y fue una experiencia extrema en cuanto al tiempo, con un total de 312 kilómetros en poco más de tres días. “Lo único que hacíamos era correr, descansando un par de horas para comer y dormir”, explica Cipriano Peña. Y, aunque él y su compañero Alejandro están acostumbrados, porque participan habitualmente en carreras de ultra distancia, reconoce que “por momentos no nos daban las piernas. Al paso por las playas de Jandía, a mitad de camino, “si me dan una pistola, me meto un tiro”, asegura Peña entre risas.
Su principal motivación fue recaudar fondos para la asociación que ayuda a niños con cáncer. “Hubo que correr bastante”, indica Navarro, “porque si no, no llegábamos”. Salieron un jueves y “la mentalidad que teníamos era llegar el domingo. Esta era la determinación” y recuerda Peña que “los pasos más complicados fueron la zona de El Aceitún, de noche, y la noche que pasamos en Cofete”. Aunque es cierto que en esta vuelta moderna contaban con la asistencia de la tecnología para ubicarse, la alimentación de geles y barritas, para comer sin tener que parar, y la asistencia de los compañeros de Kilómetros por Sonrisas, como el presidente del colectivo, Christian Ramadán, que les acompañó en vehículo durante todo el recorrido.
No así el grupo de 1975, que caminaba dos veces al día, porque “Ramón nos despertaba antes del amanecer”, ríe Torano Morales, y un segundo tramo por la tarde, después de “buscar alguna sombra para descansar durante el mediodía”. Esta vuelta fueron ocho jornadas, aunque pudieron ser siete, “porque dormimos en Puerto Lajas para no llegar a Puerto de noche. Pero pudimos haber terminado ese día”, señala. Y en la conversación, Cipriano Peña se sorprende porque, “viendo las historias de ellos, lo nuestro era un paseo por la avenida”.
“Desde Morro Jable hasta El Cotillo no había nada”, rememora Felipe Paniagua. Y es que desde su experiencia hasta la actualidad la isla ha dado un cambio brutal. “Evidentemente, el progreso siempre hace falta, pero me duele mucho que Fuerteventura haya cambiado de esa manera tan bestial. Se están cargando la isla, echándose a la boca algo que no podemos comer. Mis hijos disfrutaron de las acampadas y hoy no se puede. Echo de menos esa vida salvaje”.
Desaparición y reencuentro con Domingo León en Cofete
Felipe Paniagua (en la imagen, siendo un adolescente en 1965) se da un baño en el estanque de Cofete, tras reencontrase con Domingo León. Tino Medina relata que fue en Agua Liques “donde Domingo se alejó de nosotros y se nos perdió.
Toda esa noche estuvo perdido. Incluso le rezamos hasta un rosario. No sabíamos si se había caído por el acantilado o si había seguido hacia adelante. Nos encontramos con él en Islote de Las Mujeres. No sabíamos si darle una paliza o abrazarlo. Al final, nos decidimos por lo segundo”.
Siete noche en la Fuerteventura remota
Juan Castañeyra recuerda que “hicimos la vuelta sin caseta de campaña. Cuando encontrábamos un buen lugar, parábamos y allí hacíamos la noche. Nos sonaba el despertador a las seis, una leche con gofio y a caminar con la fresca. Si estabas en un tablero, buscabas un sitio para descansar a mediodía. Si había algún pozo, cogíamos agua para cocinar. Con tres piedritas y una aulaga hacíamos un fuego para calentar los calderos y luego caminábamos por la tarde otra vez”.
“Hasta que el cuerpo daba”
“Caminábamos y corríamos hasta que el cuerpo daba”, explica Cipriano Peña”. “Ves cosas que ni te imaginas”, aunque “nosotros corríamos de noche y nos perdimos mucho. Por eso nos gustaría hacerlo otra vez más tranquilos y por el día”.