Don Lorenzo de San Pedro Cabrera Cabrera fue el chófer de D. Gustavo Winter Klingele, el “Señor” de Jandía
Natural del municipio de Tuineje, este vecino del sur de la Isla fue empleado, primero como jornalero y después como chófer, de uno de los personajes más significativos de la Fuerteventura del siglo XX
Por Carmelo Torres
-¿Dónde y cuándo nació usted?
-En La Calabaza, el 15 de agosto de 1933.
-Cuando usted era un niño, ¿Qué apellidos eran los que más abundaban en Tesejerague?
-Había bastante Cabreras, Rodríguez, entre otros, pero sobre todo estos dos.
-¿A qué se dedicaban antes los vecinos de Tesejerague?
-Especialmente a la agricultura y la ganadería. Y es que antes tenías que producir lo que te fueras a comer, ya que no había supermercados ni nada de eso. Recuerdo que mi padre poseía una finca en La Lajita que vendió y, tras eso, yo tenía que ir a Gran Tarajal a buscar algarrobas, que eso en realidad era para los animales,… pero es que después de la guerra no había nada y las tiendas siempre estaban vacías, casi no había de nada. La gente de Tesejerague y esta parte de la Isla lo que cultivaba era trigo, cebada, millo, papas,… y también lentejas y garbanzos. Yo estuve de medianero con Julianito de Saá -de Giniginámar-, que teníamos ganado a medias, y recuerdo que sembramos en los “años del hambre” en los que no se conseguía nada -años 44 y 45, más o menos-. Tenía la finca en Los Arrabales. Allí plantamos trigo, lentejas, arvejas, en fin, toda clase de legumbres. Mi padre hacía unos pajeros enormes y los llenaban de grano.
-Eran años de escasez, ¿no?
-En ese entonces era habitual que la gente pasara por todos sitios buscando algo para comer, y pedían aunque fuera un puñito de grano. Recuerdo que en una ocasión apareció una que era partera y vio a mi madre que estaba embarazada y le dijo que la veía que ya estaba casi de parto, que preparase la cama o el lugar donde quisiera tenerlo. Mi madre me mandó a Giniginámar a buscar a mi padre que estaba trabajando con Julianito, cuando llegamos ya había nacido el niño. Mi padre, de lo contento que estaba, le dio un saco de grano. Y esa familia nos cayó tan bien que de lo que nosotros cosecháramos también tenían ellos, por lo bien que se portó. En esos años ni zapatos había y a mí me tocó incluso ir caminando descalzo a Tuineje. La vida en ese entonces era muy dura, muy dura.
-Su niñez y juventud fue, digámoslo así, muy parecida a la de la inmensa mayoría de los majoreros de la época. Pero más adelante podríamos decir que usted mejoró mucho su calidad de vida, llegando a conocer a uno de los personajes más interesantes y controvertidos de todo el siglo XX en Fuerteventura, D. Gustavo Winter, “el alemán”. ¿Cómo y cuándo conoció a Winter?
-Bueno, antes de conocerlo en persona ya lo conocía de oídas: como él vivía en Jandía y yo en Tesejerague, lo escuchaba nombrar, pero sin conocerlo. Ya lo conocí en el año 1957, precisamente cuando yo me licencié del servicio militar, eso fue en marzo, y en septiembre me fui para Jandía. Eso ocurrió por que yo tenía un tío que era vecino de Jandía, en los valles de Mal Nombre. Ese tío mío vino a buscarme para ver si quería ir a plantar tomates en Jorós -a ocho kilómetros más allá de Morro Jable-, y la verdad es que me gustó tanto el agua como el terreno, de tal modo que planté tomates allí un año. Entonces vino el señor Winter a recibirnos caminando, quedando él en venir a encontrarnos a la orilla de “El Jable”. Y, ciertamente, allí nos encontramos. Me llevó a su casa y me invitó a comer, incluso él mismo me puso la comida; don Gustavo era muy servicial. También estaba por allí su mujer, Isabel Althaus.
-¿Y después?
-A continuación, me llevó a Jorós, donde estaba ese tío mío -hermano de mi madre-, llamado Pedro Cabrera Hernández, natural de Jandía, que era ganadero y vivía en el valle del Mal Nombre.
-¿Y ese nombre a qué se debe?
-Pues es que antes tenía un nombre feo, algunos le decían el valle de Los Cabrones, pero no les gustaba y se lo cambiaron por Mal Nombre, y así aparece en las escrituras.
-¿Qué pasó cuando fueron para Jorós?
-Pues comprobé que el agua era muy buena, precisamente era el agua que se consumía en Morro Jable. Esa agua de Jorós la llevaban en bidones dentro de la carrocería de un camión; en ese viejo camión cabían catorce bidones. Cuando eso yo ya tenía el carnet de conducir, pero don Gustavo no sabía que yo conducía. En realidad, yo estaba allí como jornalero, pero solo se plantó tomate un año, ya después no quiso saber más nada de tomates. Eso ocurrió porque no había carretera para sacarlos. Él plantó con la idea de llevarlos a empaquetar a Gran Tarajal, sacándolos con falúas, pero precisamente en esas fechas entró en ese invierno un tiempo sur durante una semana y, al no haber muelle en Jorós ni en Morro Jable, no pudieron hacer las operaciones de embarque del tomate, que se maduró, y ello conllevó que don Gustavo dijera: “No planto más tomate, no lo quiero ni en salsa”. Se perdió todo y tuvo unas pérdidas tremendas. Tras ello, dijo: “Las mejores playas de Canarias las tenemos aquí, en Fuerteventura, voy a hacer propaganda y ya esto saldrá adelante. Yo lo empiezo y ya otros lo terminarán, porque con la edad que yo ya tengo…”.
-Así fue como usted lo conoció, pero ¿Cómo fue que Gustav Winter descubrió que tenía carnet?
-Él traía a un tal Salvador de Gran Tarajal, que era tuerto de un ojo, y por ello mutilado de guerra. En Morro Jable había dos falúas, una de Claudio Reyero, que se casó con una chica de Morro Jable que vivía con sus padrinos -que eran los panaderos del pueblo-; este matrimonio no tenía hijos. Ella era sobrina de esa mujer y ellos la criaron y la tenían como su hija, y esa es la señora de Claudio Reyero. Este vecino era el que se encargaba de manejar la falúa e ir a Gran Tarajal. La falúa iba un día sí y otro no. El día que salía la falúa de Morro a Gran Tarajal no salía la que iba de Gran Tarajal a Morro, se iban alternando. Se hacían las conexiones con las falúas, por mar, porque por El Jable había unas flojeras enormes que hacía casi imposible cruzarlo, salvo con un todoterreno, y siempre era complicado. Yo tuve muchas complicaciones con los camiones antes de hacer las carreteras. Para el eclipse de sol llevaban las máquinas y en ese entonces las flojeras mayores las empedraron, que para eso sirve cualquier piedra: escarbabas en la arena y la cara mejor la ponías para arriba. Eso servía para pasar a 20, solo en primera o segunda, y siempre despacito porque eran trozos cortos y no había por qué romper el vehículo.
-Entonces, por El Jable, además de coches ligeros y todoterrenos, ¿también pasaban camiones?
Sí, se empedraron algunos tramos con motivo del eclipse de sol de 1959. Precisamente se había cultivado tomate en la cosecha de 1957/1958, y cuando se termina la zafra del tomate don Gustavo, hubo unos de La Asomada, junto a Puerto del Rosario, que procedían de Lanzarote, que le informaron a Winter sobre cómo en Lanzarote se actuaba en estos casos de flojera tan grande, y le recomendaron eso de poner las piedras con la parte más plana virada para arriba.
-¿Era de apellido Concepción?
-Sí… pero no era ese, que ese era albañil… el de la carretera, el que le digo, era de apellido Concepción, que fue el que trazó la carretera para Cofete, la de La Aldea de San Nicolás,… Un hijo de ese se casó en Morro Jable, que ya han muerto tanto él como la señora. Pues a ese señor fue al que don Gustavo llevó a Jandía, con la idea de resolver el paso de los vehículos por las zonas de las “flojeras” gracias a los empedrados. Gracias a ello llevaron los americanos la maquinaria para intentar observar el eclipse total de sol del 2 de octubre de 1959. Y el tal Salvador que ya nombré -el mutilado de guerra de Gran Tarajal-, era el encargado del farito de la punta del muelle de Gran Tarajal, trabajaba con la Jefatura de Costas. Don Gustavo se llevaba muy bien con los jefes de la Jefatura de Costas y les pedía el favor que dejaran ir a Salvador a cargar agua a Jorós con el camión un día a la semana para llenar el aljibe de El Morro; todas las semanas tenía que ir en la falúa de Gran Tarajal hasta Morro Jable. Salvador sabía que yo conducía y me dijo: “¿y por qué tú no llevas el camión ese para traer el agua de don Gustavo y así no estoy yo viniendo de allá?”. Yo le dije: “mira, el camión ese no tiene sino freno de varilla, y solo en las ruedas de atrás, que en las ruedas de delante no tiene. Si yo me encuentro un obstáculo, aunque sean burros o camellos, me voy contra ellos, y más si me encuentro otro coche. Esto no tiene frenos para parar rápido, sino para reducir haciendo juego entre el freno y el motor”. Fue el mismo Salvador el que le dijo a don Gustav: “¡pero si usted tiene a un chófer aquí!, ¡Lorenzo conduce!”. Entonces me mandó decir que pasase a verlo y me dijo tal que así: “hombre, Lorencito, usted no me había dicho que conducía. ¡Y yo trayendo un chófer de Gran Tarajal!”. Yo le expliqué que ya había ido en el camión ese con Salvador y le conté la situación en que se encontraba el vehículo, le comenté que sólo tenía freno atrás y encima de cable, que se revienta uno y se arma. Por si fuera poco, la cabina era de madera y había que apretar el freno muy fuerte y si se apretaba mucho capaz que se desclavaba la cabina y salía el chófer para atrás (risas). Él me dijo que hiciera el viaje con Salvador un día y que no llenara todos los bidones hasta que fuera conociendo el camión. Así lo hicimos y ya Salvador no fue más a cargar agua.
-¿Usted compartió muchos momentos con Gustav Winter?
-Sí, claro, el murió en el 71, creo recordar que el 24 de noviembre. Fueron catorce años de relación, primero como jornalero, después como chófer del camión e, incluso, como chófer particular… Pepe Concepción, que su padre fue el que trazó las carreteras, también abrió pozos y era, además, el que estaba con las bombas para sacar el agua: él hacía la parte superior del pozo y en el interior las vigas las ponía yo, aplomaba las varillas y toda esa instalación.
-Bueno, aparte de las carreteras y los pozos, se sabe que Gustav Winter llevó a cabo muchas iniciativas en toda la península de Jandía. ¿Recuerda alguna de ellas?
-Sí, en el tiempo en que yo estuve con él mejoró algunas carreteras e hizo pozos, además de la iniciativa de los tomateros, y más adelante hizo la propaganda en el periódico para que viniese el turismo y conociera las playas nuestras, intentando que gracias a ello se hicieran hoteles y apartamentos en la zona de Jandía. Anunció en el periódico que al primer extranjero que se construyera el primer chalet se le regalaría el terreno, “misté”, y hubo unos ingleses que trabajaban en unas agencias de viajes inglesas en Las Palmas que mostraron mucho interés. Era un matrimonio: él trabajaba en la oficina y la mujer trabajaba como arquitecta y se encargaba de hacer apartamentos y venderlos, por la zona de Tafira y esos sitios. Ese matrimonio fue el primero que vino, y había otra solterona, mayor que el matrimonio y que eran muy amigos y vivían juntos. Vinieron a Jandía y don Gustavo me mandó a llevarlos en el Land Rover para ver toda la costa de Jandía,… y me dijeron: “Mira, Lorenzo, la zona que nos gustaría, porque ya conocemos Canarias, es donde haya un risco o un acantilado, que no tengamos que estar usando casetas de campaña, porque aquí el sol pega fuerte: si es un risco tenemos sombra y si hay viento, pues tendremos zoco”.
Cabrera Cabrera trae al presente algunas de las obras y mejoras que realizó Winter en la península de Jandía, principalmente en materia de carreteras
-¿Qué más puede contarnos de la casa de Winter a Jandía?
-Yo los traje hasta Matas Blancas, que era precisamente donde estaba la alambrada que separaba la península de Jandía del resto de Fuerteventura. En realidad, yo los llevé primero a donde hoy está el Club Aldiana, justo donde hay un risco grande, y más adelante están unas cuevas, y les dije que en atención a lo que ellos me habían dicho ese era el mejor sitio, además de ser el más cercano a Morro Jable, y les encantó, pero decidieron recorrer toda esa costa hasta el final de la dehesa de Jandía. Al final, tras recorrer todo, me dijeron: “Lorenzo, como el primer sitio que nos enseñaste no hay ninguno y ahí es donde vamos a construir; vamos a hablar con el señor Winter”. Tras ello, fueron a ver el terreno y al día siguiente fuimos a marcar donde iban a hacer el chalet. La verdad que era una parcelita grande delante quedaba el risco, pero decía el señor Winter, “vamos a dejar un buen espacio entre el chalet y el risco para plantar cactus y otras plantas de jardín”. Esa casa todavía existe, fue la primera que se hizo, y está por debajo del Club Aldiana, que yo la alambré después. ¡Esa alambrada todavía está allí!
-Don Lorenzo, ¿y esa casa cuándo se construyó?
-Pues esa casa se comenzó en el año 1962; es anterior a Casa Atlántica y el resto de hoteles y apartamentos de la zona.
-Dijimos que Winter trabajó en los pozos y otras iniciativas, pero ¿también se implicó en el trabajo de las carreteras?
-Sí, se dedicó a arreglar las carreteras, pero sin tractores; los tractores llegaron unos años más tarde. En ese entonces las arreglaban con carretillas y con personal, mucho personal. Había una cuadrilla del Morro hacia Cofete y otra del Morro hacia Matas Blancas. Todo eso lo pagaba él de su propio bolsillo. Me acuerdo de los ganaderos, ya mayores, que tenían a sus hijos trabajando en esas cuadrillas y recuerdo de ir yo por la oficina para hablarle del trabajo en los pozos y de otras cosas y entonces llegó un señor llamado Santiago. Ese señor tenía varios hijos que en invierno se dedicaban a la ganadería, a hacer queso, y en verano, que no había queso, por lo menos durante cinco o seis meses, se dedicaban a trabajar en el arreglo de las carreteras. La gente también iba mucho a mariscar y a embotellarlo con vinagre y lo vendían. A ese señor Santiago le oí yo, conmigo delante, en la oficina, que pasaba por allí a ver si había algo de trabajo para emplear a los hijos y que ganaran algún sueldo. Winter le preguntó: “¿cuántos hijos tiene?” Y aquel le decía “cinco”, por ejemplo,… Y don Gustavo le decía: “bueno, pues ya se verá usted con hasta dos o tres coches delante de su casa”. El señor Santiago se echaba a reír, “¿cómo va a ser eso?”, y Winter le decía “que sí, ya verá usted cómo lo que le digo es cierto, pues estoy haciendo propaganda para que venga el turismo aquí. Y no puede ser menos, ya que las mejores playas de toda Canarias las tenemos nosotros aquí”. Y eso a pesar de las dificultades de las carreteras. Tenía el plan de regalar el terreno a los primeros que viniesen a construir, pero siempre que fuese un chalet. Winter ponía como ejemplo el sur de Gran Canaria, señalando que muy poco antes se habían comenzado a construir hoteles y apartamentos y eso revolucionó toda esa zona de la isla vecina. Después de morir don Gustavo ese señor Santiago de vez en cuando me recordaba las palabras del alemán: “Lorenzo, ¿te acuerdas de la pérdida de don Gustavo? Malimpriado hombre, ¿te acuerdas lo que dijo? Pues algunos de mis hijos tienen hasta dos coches ya”.
-Se podría decir que don Gustavo fue un auténtico visionario. Él había viajado mucho y predijo el futuro que le esperaba a Jandía, ¿no?
-Él llegó en un yate huyendo de la Guerra de Alemania y alcanzó a llegar a Las Palmas; estando allí fue el que “contrató” la CICER, lo que hoy es UNELCO -al presente ENDESA-. Al ser ingeniero se la adjudicaron a él. Don Gustavo fue también el que puso personal: aquí, en Gran Tarajal puso a Alberto Langenbacher, que falleció ya hace muchos años, que se encargaba de la pequeña central eléctrica que abastecía de luz a Gran Tarajal. Más adelante todo eso lo cogió UNELCO y él se echó fuera de esa actividad.
-Entonces, ¿don Gustavo se ocupó de hacer pozos, de mejorar las carreteras existentes y de crear otras nuevas, caso de la que llegaba hasta Cofete que se terminó hacia 1949?
-Cuando yo llegué a Morro Jable en 1957 las carreteras ya estaban hechas, lo que pasaba era que en los inviernos el agua se canalizaba y las rompía. En verano, que no llovía, iban con unas cuadrillas de trabajadores con carretillas tapando los surcos que hacía el agua.
-Don Gustavo también construyó unas salinas. ¿Para qué las creó?
-Pues mira, la verdad es que eso no te lo sé explicar, porque cuando yo fui ya estaba en quiebra. Todavía a día de hoy hay un resto, la torre de dónde cogían el agua; bueno, solo un trozo, eso era más alto, y allí tendría una bomba o algo para sacar el agua. Las gavias o eras donde cristalizaba la sal ya están echadas a perder, eso lo han arado y hasta han construido dentro de lo que fueron las salinas. La carretera antigua ya pasaba justo por el límite de las salinas.
-Dicen que don Gustavo llegó a intentar hacer un túnel que conectara con Cofete. ¿Sabe algo de eso?
-Sí, eso fue en Gran Valle. En Gran Valle fue donde más pozos se abrieron: un total de cinco. Gran Valle es donde está la “mina” de Jorós. De la mina de Jorós a Morro Jable hay ocho kilómetros y Gran Valle está a sólo cuatro kilómetros de Morro Jable. Fue precisamente en Gran Valle donde hizo la excavación. Empezó tanto por el sur como por el norte, pero no llegó a unir los dos túneles. Al parecer empezó con el túnel antes de hacer la carretera de Cofete, pero no lo acabó.
-¿A qué se debió?
-Pues se debió a que realizar el túnel le salía muy costoso y le fue más barato hacer una pista de tierra. Esa carretera fue la que se hizo, y todavía sigue, pasando por una degollada para pasar a Cofete; la otra pista es la que llega hasta el faro de Jandía. La profundidad del túnel no es mucha. Tú sabes que antes tenían que hacerse picando a mano y con explosivos… y hoy en día hay máquinas que lo hacen mucho más rápido… y rompen lo que tranquen por delante.
-¿Cómo era Jandía, Morro Jable, Cofete, El Puertito de la Cruz… en aquellos primeros años en los que usted estuvo por allí?
-Antiguamente Cofete era el pueblo de Jandía, incluso primero que Morro Jable. En Morro Jable lo que había eran unas casitas de pescadores, techadas con palos y “monte”, y después todo rematado con la “torta”, que no era otra cosa que tierra amasada, tipo hormigón, por encima. Cuando yo llegué a Jandía, en el año 57, solo estaba construida con hormigón la casa del señor Winter, que la levantó como se hacen hoy en día, aunque esa casa ya la tiraron… ahí hubo un mal entendimiento entre el hijo mayor de Winter y su madre: se le dieron poderes y, al parecer, el hijo mayor no se portó bien con el resto de hermanos. Al final aquello se vendió, las echaron abajo y ya levantaron otra cosa allí. En el Valle de el Ciervo lo que había eran unas pocas chocitas, y en la costa, allí cerca de la punta, donde le llaman la Cueva de la Negra, había unas chocitas, que también ya las tiraron.
-¿Qué recuerdos tiene de Cofete?
-En aquél entonces lo más importante era Cofete, donde más gente había, unas chocitas, y se dedicaban sobre todo a la ganadería, y es que en Jandía la gente se dedicaba al ganado y la pesca,… Al lado de la orilla de la marea lo que había era una fila de casas de pescadores, el resto eran todos ganaderos, aunque algunos de los pescadores vivían en Cofete. En el invierno se iban al ganado, en Cofete, y en el verano se metían a pescadores, viviendo en Morro. Había poquita gente y tenían chozas tanto en un sitio como en el otro. En el 57, cuando nosotros fuimos para allí, solo estaba la factoría de los atunes y el resto no eran sino simples chozas. Tiempo después ya don Gustavo trajo el turismo y aquello ha cambiado tanto que hoy en día no se sabe ni por donde estaban las casas esas.
-¿Y El Puertito de la Cruz?
-Eso era como Cofete, igual. Los que estaban en Morro, pero no tenían ganado y vivían solo de la mar, se iban para El Puertito. En el invierno, cuando la mar estaba muy mala se venían para El Morro, y en ese entonces el agua la cargaban más de un kilómetro, desde donde está la fuente -Jorós- hasta la playa, y se hacía en barriles que se cargaban al cogote. Ya más tarde se hizo el aljibe en Morro, y la llenaban; a partir de entonces todos los vecinos iban allí para todos los días llevarse un cacharrito de agua. Cobraban un algo, pero eso fue un gran avance, y ya no se tenía que ir a buscar el agua a Jorós con los barquillos, incluso cuando había muy mal tiempo.
-¿Por qué la gente de Cofete finalmente fue abandonando el poblado?
-Pues sobre todo por el turismo: en cuanto empezaron a levantarse los hoteles y a llegar el turismo, la gente se vino para Morro. Los primeros fueron Casa Atlántica, Jandía Playa… que se hicieron en los sesenta y pico. De ahí en adelante comenzó el turismo… y la cosa cambió a mejor.
-¿Fue entonces cuando comenzó a abandonarse la agricultura y la ganadería? ¿Le veían más futuro a Morro Jable que a Cofete?
-Sí, claro eso fue así. Ya en ese entonces se sabía que Morro sería el futuro y que allí se viviría mejor.
-Algunos dicen que don Gustavo poco menos que los echó de Cofete, que casi los forzó a marcharse para Morro Jable, y que no les dejó ni siquiera plantar. ¿Qué hay de cierto en eso?
-No, yo creo que eso son simples comentario. En lo que yo conocí a don Gustavo allí, él a todo el que le pedía hacer tal o cual cosa, pues sí… ayudaba en todo lo que podía. Fíjate tú que, en los solares de Morro, él no cobró ni un solo céntimo por ellos, los regaló a los vecinos, pero con la única condición de que fueran vecinos de allí, incluso si era un matrimonio en el que solo uno de los dos fuera de allí (Jandía), pues ya se consideraba que también tenía derecho, incluso siendo alguno de la Península. A los que fueran los dos de fuera de la alambrada de Matas Blancas no les daba los solares.
-¿Hubo algún conflicto entre los vecinos y Gustav Winter? Es que siempre ha habido unos vecinos que dicen que era muy bueno y otros que cuentan que se aprovechaba un poco…
-Bueno, en lo que yo viví en Morro Jable, el único conflicto que tuvo fue con un vecino de allí, pero al final ambos salieron bien de ese problema. Era uno que cuando se empezó a hacer las casas, que le decían de nombrete “Mal Hombre”. Este empezó a hacer la casa y lo mandó parar y le explicó “esto no se puede hacer así, porque todo esto ya está organizado en unos planos que yo tengo, y usted me está haciendo la casa justo en donde va una calle que baja, ya cerca de la orilla del mar”, y le explicó que eso así no podía ser. Pero la cosa fue creciendo hasta que casi amenazó a don Gustavo, y es que le iba diciendo a otros “mira ahora que don Gustavo viene a prohibirme que construya”, y “no sé qué y no sé cuánto”. Entonces cuando Winter iba a hacer compras a Gran Tarajal o a Puerto del Rosario iba yo con él, a veces conducía él y otras veces conducía yo: primeramente, conducía él, en los primeros años, y ya más adelante conducía yo, cuando él ya no lo hacía. Entonces tropezamos en un restaurante de Gran Tarajal con un tal Pedro Reyes -que ya murió hace una pila de años-, y allí tomamos unas copitas y algo de jamón serrano; y un día tropezamos con ese “Mal Hombre” y don Gustavo le dijo “hombre, tenía muchas ganas de verlo”, y fue y lo saludó muy afectuosamente, incluso riéndose. Le dijo: “venga que le voy a invitar a una copa que tengo que hablar con usted y quiero que me escuche”. “Sí, sí, don Gustavo”, le dijo. Le empezó explicando lo del plano que ya tenía de la zona, de que aquellas tierras eran de él y podía hacer con ellas lo que quisiera, pero que había decidido dar los solares gratis a los vecinos, pero que su empeño era hacer las cosas bien, y que no estuviera una casa para aquí y otra para allá; vamos, una chapuza. Le dijo: “la casa que le paramos a usted, la iba a hacer de piedra” (de calicán, que era una piedra muy floja, cuya cantera está justo al lado del cementerio), y es que cuando eso costaba mucho llevar los bloques, ya que no había carretera. “Guarde usted la piedra”, le dijo, “que vamos a hacer el plano, y ya le elegimos a usted el solar inmediato a aquello, pero dejando la calle libre”. Y entonces le invitó a una copa y le explicó que estaban hablando mal de él por ahí, que algunos vecinos le habían contado… Al final le ofreció hasta gratis el agua necesaria para hacer la casa, y me dijo, “Lorenzo, tú no le cobres nada a este hombre por traer ni el agua ni la piedra que todavía le falta llevar para levantar la casa”. Al hombre, del sentimiento que le dio aquella generosidad, se le caían las lágrimas. Yo no supe de que tuviera más conflictos con los vecinos.