La actividad humana aceleró, tras la conquista, la pérdida de masa forestal en la Isla. No es hasta principios del siglo XX cuando se ven las primeras acciones reales, con mayor o menor éxito, encaminadas a revertir esta situación
Un breve recorrido por las repoblaciones forestales desarrolladas en Fuerteventura
Históricamente, nuestra isla ha pasado por ser una de las Canarias que menos masa boscosa ha poseído, al menos desde la etapa posterior a la conquista, si bien es cierto que en los últimos siglos esta carencia se ha ido agravando, tanto por la sobreexplotación humana y animal, como por el propio avance del Sáhara hacia esta parte del Atlántico. La necesidad de construir viviendas, embarcaciones, aperos de labranza y otros útiles, amén de poder hacer fuegos, conllevó la continua depredación de la vegetación propicia para ello.
En ese aprovechamiento del territorio, los tarajales, las palmeras, almácigos o joraos, entre otros, fueron los primeros en mermar, haciendo desaparecer «matas» enteras, especialmente las más cercanas a los núcleos más poblados, al igual que aquellas otras que, por su proximidad al mar, estaban más expuestas a ser cortadas y trasladadas fuera de la isla. Este último fue el caso de la mata, auténtico bosque de tarajales que existía en la desembocadura del barranco de Gran Tarajal y que da nombre al lugar-, que fue casi completamente eliminada a inicios del siglo XIX por parte de varios grupos de conejeros.
El impacto de las embarcaciones a vapor
Igualmente, el recalar de las primeras embarcaciones propulsadas a vapor por Fuerteventura supuso un nuevo peligro: abastecer de madera o carbón vegetal a esos navíos, alcanzándose entonces a arrancar hasta las tabaibas, cardones y veroles para alimentar las calderas de no pocos barcos.
La extracción de leña para usos domésticos e industriales
Junto a lo dicho, debemos sumar que durante más que quinientos años se hubo de atender las necesidades de emplear leña para hacer la comida, calentarse… amén de para poder quemar la piedra de cal y elaborar cal y yeso, alcanzando en esta cuestión nuestra isla a ser la «cantera de Canarias». Ello conllevó que rápidamente la vegetación mayor mermara de modo señalado, hasta el punto de en algunas zonas desaparecer completamente, debiendo importarse madera, desde Tenerife y La Palma principalmente, sobre toda para las viviendas y las embarcaciones.
Ausencia de medidas de protección antes del siglo XIX
Así las cosas, nunca se planteó la posibilidad de combatir el tremendo destrozo llevado a cabo tras la conquista, excepción hecha de las contadas prohibiciones que estableciera el antiguo Cabildo de Fuerteventura a lo largo del Antiguo Régimen. En ese empeño se llegaron a fijar guardas que vigilaran las escasas matas de tarajales que iban quedando.
El papel de los ayuntamientos tras 1835
Tras la desaparición del Cabildo en 1835, serán los distintos ayuntamientos los encargados de esta materia, agravándose entonces la misma. Ello aconteció debido a que los pobres y jóvenes consistorios no encontraban forma de financiarse y debieron crear un sistema recaudatorio propio: en la venta de la madera de las «matas» hallaron la posibilidad de tener algunos ingresos.
La devastación de la masa arbórea en el siglo XIX
Con ello la situación se agravó hasta el punto de que, salvo las palmeras y las higueras, que daban frutos, a finales del siglo XIX resultaba muy difícil contemplar un árbol en nuestra isla. Incluso en la década de 1920 se alcanzó a producir carbón en la península de Jandía, en base al corte de los últimos grandes «joraos» que aún por esas fechas existían en las cumbres más elevadas y abruptas de Jandía. Su destino era Las Palmas de Gran Canaria y tenía salida tanto por el puerto de Gran Tarajal como por Matas Blancas.
Primeras iniciativas de plantación en el siglo XX
La situación permaneció en franco deterioro hasta finales del siglo XIX. Fue en ese entonces cuando la Isla se suma a la corriente establecida en las otras de plantar eucaliptos en las márgenes de algunas carreteras, si bien en nuestro caso, al poco esos árboles murieron, como resulta lógico, por las propias características de nuestro clima.
Para los años veinte incluso algún profesor, a motu proprio, alcanza a plantar algunos árboles en las laderas de las montañas de Antigua, junto a sus alumnos, perviviendo todavía algunos de los mismos.
El impulso del Cabildo de Fuerteventura (1913)
La creación del moderno Cabildo de Fuerteventura (1913) trajo nuevos bríos y posibilidades para que los árboles recuperasen parte del territorio. La primera iniciativa al respecto fue la idea de plantar algunos pinos y palmeras en las calles principales de Puerto de Cabras buscando contar con algo de sombra y, de paso, embellecer y hacer más agradable la localidad. En esa dinámica le imitarían otras localidades capitales de su Municipio.
Inversiones en árboles y agua de riego
Para el caso del Cabildo podemos fechar las primeras iniciativas al respecto e, incluso, el nombre de aquellos que se ocupaban de las labores pertinentes para asegurar su supervivencia en unas condiciones climáticas hostiles para su desarrollo. Así, el 31 de diciembre de 1914 se satisfacían 76,65 pesetas por el traslado de árboles desde La Laguna (Tenerife). Del mismo modo, a partir de 1915 se registra la compra de agua al objeto de destinarla al riego de los árboles existentes en la capital y en las carreteras de la Isla. El encargado de realizar dichas acciones por esas fechas era don Macario Navarro.
El gran proyecto: repoblación forestal en Castillo de Lara
En cualquier caso, la repoblación forestal, ya experimentada en otras islas del Archipiélago, como si de una moda se tratara, no llegará a Fuerteventura sino a partir de febrero de 1934, cuando se remite solicitud al Gobierno Nacional en un intento de obtener algún tipo de subvención al respecto.
Si bien posteriormente la zona a repoblar se concreta en Castillo de Lara, inicialmente no estaba nada claro dónde deberían comenzar las acciones dirigidas a repoblar la reseca isla, no obstante haberse mostrado interés por esa área ya desde 1927. En cualquier caso, la superficie destinada para los primeros ensayos se irá ampliando y, si bien se circunscribirá a una zona muy concreta del territorio insular, apenas tendrá efecto en el resto de Fuerteventura.
Compra de los terrenos para repoblación
El proyecto de repoblación forestal irá tomando forma cuando a finales de 1934 se acuerde que el terreno a adquirir para ello serían los parajes conocidos como Castillo de Lara y Parra Medina, quedando autorizado el presidente para invertir hasta 5.000 pesetas en dicha compra, con cargo al presupuesto de 1936.
A comienzos de 1935 se concreta con más detalle el contrato de la compra a realizar:
Adquirir la propiedad de un cortijo situado en el término municipal de Betancuria, para el servicio insular de repoblación forestal, que comprende las haciendas denominadas Castillo de Lara, Parra Medina y Los Charcos y otras fincas más pertenecientes a Doña Concepción del Castillo y Manrique de Lara, por el precio total y alzado de treinta mil pesetas, que se abonará a la vendedora de la siguiente forma: siete mil quinientas pesetas en el año actual, de las que cinco mil se pagarán en el acto de la escritura de adquisición, con cargo al presupuesto corriente y el resto por partes iguales en los tres años siguientes, entregándose entretanto a la señora vendedora, los correspondientes títulos de reconocimiento de la deuda pendiente, entendiéndose que, a pesar de este aplazamiento
de pago, el dominio del cortijo en cuestión pasará, desde luego, íntegramente a este Cabildo.
Levantamiento de planos y primeras acciones
A fin de apuntar y agilizar las acciones a acometer en las zonas recientemente adquiridas, se procederá a levantar diversos planos de las mismas, asignándosele dicho cometido al ayudante de obras públicas, el señor Martinón. El plano se finalizará en noviembre, toda vez que se hace público primero de diciembre, si bien ahora se indicaba que había sido redactado por el ingeniero de minas don Jorge Morales, que a la sazón cobrará por ello 1.750 pesetas.
Clasificación como Montes Públicos y siembras provisionales
Las aspiraciones del Cabildo eran muy claras: deseaba que el área destinada a repoblación forestal fuese catalogada como Montes Públicos del Estado, siendo por ello que se solicitaba la mediación del jefe del distrito Forestal de la provincia. A la espera de la resolución al respecto, se decidirá obtener algún beneficio de ambas fincas, siendo así que se acuerda sembrar de cereales la parte cultivable de las mismas, acordándose destinar lo obtenido de la venta del producto a introducir mejoras en esas parcelas, autorizándose al presidente para adquirir la simiente necesaria, que habría de componerse de 12 fanegas de cebada y 10 de trigo.
Primeras plantaciones a gran escala
Coincidiendo con el último mes de 1935, y siendo abundantes las lluvias caídas, se decidirá que era el momento de comenzar una tímida reforestación que no abarcase únicamente el área adquirida, de tal modo que se solicitará del ingeniero jefe del distrito Forestal tres millares de plantas de árboles variados, frutales y de monte, para su distribución y plantación por todos los pueblos de esta isla.
Cambio político en 1936 y ajustes en el proyecto
Con las elecciones de febrero de 1936 y el cambio verificado al frente de la Corporación del Cabildo, pasarán a revisarse todas las cuestiones planteadas y/o realizadas por el equipo saliente. Esto afectará en su medida al área adquirida para reforestar, hasta el punto de pasar a quedar pendiente de estudio la compra de la finca de Castillo de Lara, solicitándose para ello los antecedentes relacionados con la compraventa realizada.
Al poco las dudas acerca del anhelo repoblador se disipan, toda vez que a mediados de marzo de 1936 se concreta que, ante la importante repoblación de árboles realizada en la zona, se debía solicitar un guarda forestal con carácter de temporero al Ministerio de Agricultura, como así se hace. En breve, y sin esperar respuesta del Ministerio, se decidirá nombrar como vigilante de Castillo de Lara a Esteban Silvera Fajardo.
Vigilancia forestal en Castillo de Lara
Sin embargo, tres meses después se menciona como nuevo vigilante a Juan García Herrera con un sueldo de cinco pesetas diarias, que comenzaría a percibir a partir del primero de junio de 1936, fecha en que empezó a desempeñar dicho cargo, con carácter provisional e interino, entre tanto pasara este servicio a cargo del Estado, en calidad de montes públicos. Además, para ejercer su autoridad se decidió proveerle de armamento.
Exención de impuestos a las zonas repobladas
Con base en la documentación hallada en la Consejería de Medio Ambiente del Cabildo referida a la zona de Castillo de Lara, se ha podido constatar, entre otros puntos, el referente a que la Institución permaneciera exenta del pago territorial de la contribución de las zonas destinadas a repoblación.