Mi tía abuela Carmelita era una mujer de mediana estatura y de formas redondeadas. Siempre llevaba el pelo con cuidadas ondas, seguramente hechas con rulos que ella misma se ponía, y con lo que imagino que dormía toda la noche en posiciones imposibles. Tenía unas gafas de carey enormes y con cristales que se oscurecían cuando les daba el sol. Vestía con trajes de falda a media pierna y chaqueta por encima. De colores discretos y de formas muy clásicas. Su vestimenta se complementaba siempre con joyas, de las que recuerdo una pulsera ancha con abalorios colgando y un conjunto de anillo y pendientes de plata, de los que son típicos de Salamanca. De pequeña recuerdo sus manos gordas con aquel vistoso anillo. La manicura impecable y, por supuesto, sus labios siempre maquillados también.
Tía Carmelita se crió en Gran Canaria, en La Isleta, con su madre y su tía Carmen. No tuvo hermanos y tampoco hijos. Fue educada por su tía, porque su madre murió cuando ella era bastante joven, al parecer. Se casó con mi tío abuelo Tomás., al que ella llamaba siempre Juan. Estas cosas que se hacían de poner un nombre y llamar por otro. Con tío Tomás se trasladó a Melilla, porque este era militar y lo destinaron allí. Volvieron a Gran Canaria años más tarde y ya se quedaron en la misma casa donde había vivido su infancia y juventud. En ese tiempo, y como no tenían hijos, criaron el hijo de una sobrina de tío Tomás. Otra de esas cosas que también era común en aquellos años. Supongo, y aquí me aventuro mucho, que en aquel tiempo no poder tener hijos era un agujero que nada podía llenar. Sobre todo, cuando se te ha educado para casarte y reproducirte.
Tía Carmelita cosía muy bien y una parte de su casa se destinaba a un enorme taller de costura que, en realidad, era una academia. Dice mi padre que se juntaban allí cada tarde hasta veinte mujeres, con sus patrones y sus reglas, a cortar y a coser tela. Mi madre fue una de sus alumnas. Allí se estudiaba costura con el sistema Amador y se confeccionaban prendas de muy alto nivel.
Tía Carmelita venía cada verano y se alojaba en casa de su cuñado Luis. Allí íbamos a visitarla. Nos cogía la cara con las dos manos y en cada mejilla soltaba un carretón de besos.
Tía Carmelita cocinaba muy bien y también le dio muchas recetas a mi madre, que por aquel rondaba la veintena y estaba recién casada. Supongo que Tití Carmelita entendía que su única misión era coserse su ropa y conocer todos los secretos del arte de cocinar. De entre todas las recetas que se hacen en casa, la que siempre me la trae a la mente son los niños envueltos. Que no sé quién le pondría este nombre a este plato, pero desde luego no dice mucho de sí mismo. Consisten en unos filetes de carne de vaca, que debes darle unos buenos golpes para que queden blandos y que, una vez bien estirados, se rellenan con una loncha jamón cocido, otra de queso, un huevo sancochado y unas aceitunas. Luego se enrollan y se aseguran con un palillo. Se enharinan y se sellan en la sartén, con poco aceite y a fuego alto. Aparte se hace una salsa a base de cebolla, un poco de pimiento verde, puerro y zanahoria, con un poquito de tomillo y una hoja de laurel. Se meten los filetes sellados dentro y se dejan cocer en la salsa hasta que esta espese.
De Tia Carmelita tengo el Sistema Amador completo para empezar a coser mi ropa, solo me hace falta un poco de su presencia para darme la seguridad que necesito con la tijera.