«La Señorita Guadalupe», por Violeta Chacón

A la Señorita Guadalupe la conocí en el año 1983, cuando empecé a cursar 3º de EGB. Salíamos de la etapa infantil, envueltos en algodones y todo el colegio nos alentaba con que íbamos ya a empezar en serio y que la profe que nos tocaría era durísima. Creo que no fui la única de aquel curso que lo empezó con temblores y manos sudorosas. La Señorita Guadalupe tenía una fama terrible.
Era una mujer no muy grande, de melena canosa y lisa, que le llegaba por el cuello. Siempre llevaba los ojos con sombra azul y los labios pintados de rosa. La manicura también hecha siempre y de un discreto color rosa nacarado, tan común en aquellos años ochenta.
Era seria, sobria y no le hacía falta andar dando gritos para que todos la escucháramos atentamente. Tenía acento peninsular, aunque nunca supe de qué parte de la Península era. En las pocas ocasiones en que nos desviábamos del temario escolar y las clases se distendían un poco, nos dio a conocer a su familia. Su marido y sus cinco hijos, creo recordar. No tengo más datos de ella, sino lo mucho que me impactó en mi vida.
La Srta. Guadalupe nos enseñó las cuatro reglas de matemáticas y mucha ortografía. Se volcó en que todos tuviéramos una caligrafía aceptable y casi la conservé hasta que llegué a la Escuela de Ingeniería. Allí, a base de intentar coger todos los apuntes de las clases a las que asistía, perdí mi caligrafía de 3º EGB. La Srta. Guadalupe también tenía en cuenta si veníamos aseados y limpios y si éramos educados al hablar. Nos decía que había que frotarse detrás de las orejas y del cuello. También que la discreción era un punto a favor en la presencia de cualquier persona. Nada de uñas largas, nada de adornos ostentosos en el pelo. En aquella época no teníamos uniformes, algo que a ella le mortificaba bastante.
Todavía recuerdo frases que nos decía en aquellos años: ¡Discurre!; ¡Aplícate!; o ¡La cabeza sirve para algo más que para sujetar el pelo! Me descubro muchas veces diciéndole lo mismo a mi hija. Tener profesores que te marquen a esa edad, define mucho tu carácter. A veces no para bien, también hay que hacerlo constar. En mi caso, todo lo que me enseñó la Srta. Guadalupe, fue positivo.
No sé con qué comida relacionaría a la Srta. Guadalupe; sin embargo, sí que tengo clara una de mis comidas preferidas de aquella época. Era una receta que mi madre sacó de uno de esos cursos que hacía entonces. Era un libro de Radio Ecca, que venía a ser mi Doméstika de ahora. La receta era un arroz con atún y judías blancas. Me encantaba aquel arroz. Bueno, en realidad a mí me gusta cualquier arroz. Pero este plato lo tengo archivado en el recuerdo como algo reconfortante, como las tardes de verano después de un día de playa y juegos. Sin responsabilidades, sin preocupaciones. El plato de una niña contenta. Aun hoy, le digo a mi madre que lo haga en verano. Es una receta simple. El atún fresco, debe estar en taquitos y las judías, pueden ser de bote. Se hace un refrito discreto, de cebolla y tomate, y se le añade el atún para sellarlo un poco y las judías. Que todo se vaya mezclando. Luego se le añade el arroz y un buen fumet de pescado. Del atún no, que es un caldo demasiado fuerte. Carmencita y sal al gusto, y chupchup. No tiene más misterio.
De la Srta. Guadalupe aprendí disciplina y responsabilidad. Respeto por quien me enseña, independientemente de la edad que tenga, y también un recuerdo muy agradable de aquellos años sin preocupaciones.