Hace años, un gran lanzaroteño, César Manrique, bajo cuya sombra simbólica nos cobijamos, declaró que cualquier gobierno tiene la obligación de cuidar el espacio que nos sirve para el desarrollo de nuestras vidas, de la educación y la cultura, de nuestras riquezas y, sobre todo, ¡de la permanencia de esa riqueza!
Este trascendental decreto se convirtió en un gran faro de esperanza para todos los canarios que fuimos abrasados en las llamas de la ignorancia y la sumisión. Llegó como un precioso amanecer para terminar la larga noche de la inconsciencia. Pero décadas después nos encontramos ante la presencia espectacular del destrozo y deterioro sistemático de nuestro planeta, por ese afán desmedido de poder y riqueza. Nos encontramos en condiciones de intuir, por ese misterio escondido del instinto, la catástrofe de todo lo que pudiera ocurrir si no luchamos, aportando el esfuerzo de cada uno.
Cualquier lugar de la tierra sin fuerte tradición, sin personalidad y sin suficiente atmósfera poética, está condenado a morir. Tenemos que hacer convivir la industria turística (y cualquier otra industria) con la defensa del territorio y de la cultura propia. Y esa convivencia es posible, pero, sobre todo, necesaria, obligatoria para no vivir de espaldas al futuro.
Hemos empezado a descubrir que todo está interconectado y que la ocupación desmedida del suelo acaba destruyendo a la naturaleza y, por tanto, al ser humano. El hombre, enaltecido por su orgullo desmedido, ha impuesto un sistema de valores caducos que solo han servido para aniquilar su propio sistema de vida.
Tenemos el deber de empezar a construir la utopía. Afortunadamente, este fenómeno comienza a crecer en las mentes de las nuevas generaciones que, sensibles a las barbaridades que se cometen por parte de los estados y gobiernos que se creen omnipotentes, intentan establecer otros cauces de convivencia respaldados en la cultura, en la inteligencia y en la defensa a ultranza del medio ambiental en el que vivimos.
Ahora me causa una profunda tristeza ver cómo el trabajo de tantos años se desmorona, en pos del mal llamado progreso. A medida que avanzamos retrocedemos. El final no nos queda lejos. Hay demasiada miseria, demasiada agresividad, demasiados conflictos, para que el propio artista todavía insista obsesivamente en meternos por los ojos más negrura y más tragedia.
La ley secreta del destino humano, como estado superior al resto de las especies, radica y apunta hacia un camino de sensibilidad espiritual.
La suma de todos los individuos es lo que realmente producirá resultados. Cuando una amplia mayoría de la población sea consciente de la fragilidad y equilibro del todo, seremos capaces de revertir la destrucción que hemos puesto en marcha.
¡I have a dream!, pero un dream sin land, al menos no en esa land, no en esa franja de tierra. Yo tengo un sueño, todos tenemos un sueño: ¡sí al Dreamland!, pero no a costa de destruir un paisaje de ensueño. No a una riqueza efímera a costa de una riqueza permanente; la del espacio que nos rodea, la del territorio sin destruir, la de la convivencia respaldada en la cultura, en la inteligencia y en la defensa a ultranza del medio ambiental en el que vivimos.
No a un sistema de valores caduco que solo ha servido para aniquilar su propio sistema de vida. Sí a un nuevo sistema de valores basado en el respeto al planeta, en la integración y el equilibrio entre las necesidades humanas y las de la Naturaleza, haciendo convivir la industria económica con la protección del territorio y de la cultura propia.
Hay quienes preguntan a los partidarios de la defensa a ultranza de la naturaleza y el territorio: “¿cuándo quedarán satisfechos?”
Nunca podremos quedar satisfechos mientras nuestros ojos, fatigados de tanta destrucción, no puedan alojar su mirada en un futuro sin destrozos. No podremos quedar satisfechos mientras a los canarios y canarias nos sigan diciendo que solo podemos progresar a costa de destruir nuestra mayor riqueza: la extraordinaria belleza de nuestros paisajes. No, no; no estamos satisfechos y no quedaremos satisfechos hasta que “la sensatez ruede como el agua y la rectitud como una poderosa corriente”.
(Fusión libre de textos y declaraciones de César Manrique y Martín Luther King)