OPINIÓN. «Líneas que aspiran a formar relatos» por Alejo Soler

Cada vez que abro un libro y comienzo ese camino ilusionante hacia lo desconocido, me pregunto cómo aquellos que ejercen el “noble arte de escribir” consiguen hilvanar en forma de líneas esas historias que son capaces de engancharnos hasta hacernos viajar en una diversidad de realidades inagotables. Y es que superar el denominado “Síndrome de la hoja en blanco” es una tarea que se me antoja ardua y llena de sentimientos encontrados, reflejo probablemente de las propias inseguridades del que intenta una y otra vez trasladar de forma humilde los pensamientos e ideas a la inmensidad desafiante de las páginas vírgenes. Hago esta reflexión, estableciendo un diálogo conmigo mismo y con ustedes, en un intento de transmitir a través de este artículo esa especie de incertidumbre que me provoca todo relato contenido en el pensamiento, cuya dificultad me impide en muchas ocasiones tejer las ideas que intento trasladar al papel. Pero no quiero redactar este artículo bajo el influjo de lo que algunos describen como una auto-conversación negativa; todo lo contrario. El hecho de poder embarcarme en la escritura, en forma de artículos cada mes desde hace algo más de dos años, es un halo de libertad emocional que siempre consigue traspasar la fina piel del que con ilusión trata de expresar en forma de líneas, el mundo interior que lo envuelve. Todo comienza con la elección del tema, algo nada fácil teniendo en cuenta los vaivenes constantes del mundo que nos rodea. No obstante, movido siempre por el deseo de escribir desde mi yo interior, trato de alcanzar la luz que me pueda iluminar el sendero de lo que me gustaría no solo escribir sino transmitir desde mi yo. Todo esto que parece estar envuelto en un halo algo poético y lleno de trazas de honda ilusión, reactiva cada mes la consciencia que me hace aterrizar en el país de mis deseos, pero también de mis limitaciones, las cuales se atrincheran en el ejercicio continuo del ensayo para poder ser superadas. Sin embargo, en mi caso, y desde el más profundo agradecimiento por la libertad escrituraria que me ha brindado siempre El Enfoque, tengo que reconocer que estos ensayos mensuales han activado el resorte que me ha permitido personalmente crecer en pensamientos e inquietudes, los cuales siempre tratan de “dibujar” en el papel, la expresión de mi mundo y el relato de mi propia historia. Siempre he creído que si existe verdad en la escritura, esta se encuentra en uno mismo, en tu propia autobiografía, la cual es el reflejo de lo vivido, pero también de lo leído. El tiempo empleado en toda reflexión que intenta alcanzar con palabras el papel, me ayuda a entender mejor mi mundo interior y el que me rodea, o por lo menos me abre la posibilidad de exploración de lo que está pasando dentro y fuera de mi con todos los matices que me puede mostrar el camino. Y así, bajo el paraguas que supone la trasgresión que envuelve de alguna manera todo acto de escritura, trato de perfilar lo que en muchas ocasiones no soy capaz de expresar en palabras. La literatura siempre me ha ayudado a darle sentido al tiempo, el cual se llena constantemente de historias que tratan de discernir un poco quien es uno mismo, huyendo en ocasiones de ese presente que parece devorado por mi mirada constante hacia el pasado. Toda esa reminiscencia, como hijo continuo de la propia historia, parte siempre de la búsqueda de respuestas al por qué de nuestra existencia, pensamiento que he intentado incluir y transmitir en algunos de mis artículos anteriores. Y con esta pequeña reflexión que solo trata de explicar lo que siento al escribir estos humildes artículos, llego al final del mismo con dos pensamientos que siempre tengo muy presentes.

El primero navega en el convencimiento de que la literatura puede cambiar al mundo porque puede cambiar a cada persona y el segundo, tal y como argumenta el ilustre paleontólogo Juan Luis Arsuaga, “Somos hijos de la historia y, por tanto, sin conocer la historia no nos entendemos a nosotros mismos, seríamos seres amnésicos, no sabríamos quienes somos, porque si el ser humano es la pregunta, la evolución es la respuesta”.