OPINIÓN. «Encuentro en un parque de atracciones», por Alejo Soler

Sentado a la sombra del árbol de las “mil historias inventadas”, observaba el paso de las cientos de personas que ese mismo día habíamos elegido ir en familia al parque de atracciones que se encontraba a las afueras de la ciudad. El calor sofocante del día ponía a prueba mi auto exigida espera envuelta en el miedo, no sé si irracional, de los que no soportamos las alturas y acrobacias de los mecanismos supuestamente destinados al disfrute y al entretenimiento. Tengo que decir que estos lugares me producen algo de estrés, por lo que evito un sufrimiento innecesario optando por buscar en su interior los lugares más idóneos para hacer menos lesiva mi espera. Y así, sumido en la fragilidad del tiempo, que hace divagar mis pensamientos hacia otros lugares de recorridos largos y distantes, apareció a mi lado una chica de tez morena sujetando un carro de bebé, vestida con pantalones anchos, zapatillas deportivas, camisa holgada y una gorra de color blanco que cubría su cabeza. Una primera mirada caduca llegó acompañada de ese instante fugaz y verbal que trae un <<hola>> apenas audible, de sonrisa forzada sin dientes, que parece estar sujeta a la amabilidad y aparente alegría que debe obligadamente cumplir un espacio de divertimento como aquel. Sin embargo, bajo aquel atuendo poco llamativo, no pude evitar mirarla a los ojos durante un breve instante, el suficiente para intentar comprender, por qué sus pupilas desprendían una antojada realidad diferente llena de nostalgia y de ganas contenidas por vivir. Pecando de sociólogo de tres al cuarto, traté de entender la soledad manifiesta de su mirada, la cual parecía secuestrada por la infelicidad. Bajo el paraguas que da un tiempo sin definir, me imaginé su propia historia y el por qué de su encubierta desdicha. Pero de repente, ensimismado en mis pensamientos, sentí cómo el niño que llevaba en el interior del carrito se desperezaba lentamente llamándola tiernamente Aysha, lo que supuso para mí una revelación, pues haciendo uso del buscador de Google pude descubrir que dicho nombre significa la “viva”, la “llena de vitalidad”, algo que me hizo pensar que era el nombre más acorde a lo que realmente radiaba su alma.

“Aysha, de mirada triste y con apenas 25 años recién cumplidos, miraba con añoranza a las familias del parque preguntándose, una y otra vez, por qué a ella se la prohibía subir a las atracciones como al resto de mujeres y poder así disfrutar de un instante de felicidad en forma de adrenalina desbocada. Y es que en numerosas ocasiones había intentado convencer a su marido que no tenía nada de malo divertirse un poco lejos de casa y las miradas escrutadoras de una familia que sólo pensaban en guardar un irracional decoro. Sin embargo, la negativa se repite una y otra vez desde que las familias de ambos contrayentes apalabraron su casamiento con apenas 13 años, momento en el que su destino tomó el rumbo de las manos de su padre a los de la familia de su futuro esposo. Las normas y más normas escritas y no escritas sumieron en una total dependencia a Aysha, contrayéndola como ser, sumiendo su carácter en una amargura difícil de reconciliar con sus ansias con algo que le pertenece por derecho, LA LIBERTAD.”

Ensimismado en esta historia “imaginaria” de Aysha, vi como se acercaba a ella un hombre de unos 50 años o más, sujetando de la mano dos niños que reían de felicidad por lo bien que se lo habían pasado en las atracciones de agua. No entendí el idioma, pero el gesto de Aysha levantándose rápidamente para seguir arrastrando el carro y con él sus ilusiones, se desvanecieron entre los caminos que configuraban las distintas atracciones del parque.

Según estimaciones de UNICEF, el matrimonio infantil afecta tanto a niños como a niñas, aunque en mayor medida a las niñas, siendo forzadas cada año más de 12 millones de ellas.

Shirley Campbel- Rotundamente negra
Me niego rotundamente/A negar mi voz,
Mi sangre y mi piel./ Porque me acepto,
Rotundamente libre,/ Rotundamente negra,
Rotundamente hermosa.