OPINIÓN. «Juego de Troncos» (III Parte), por Felipe Morales

La fecha para la instauración del XI reinado de Isla Seca estaba ya marcado a fuego en el calendario: cuando el sol desapareciera tras el horizonte en la jornada XXVIII del quinto ciclo la suerte estaría echada y un nuevo rey o reina ocuparía al día siguiente el Trono de Piedra por otros cuatro veranos y cuatro inviernos.

Pero en esta ocasión se dirimía algo mucho más crucial que la simple elección de un nuevo monarca. Lo que estaba en juego en Isla Seca era si se ponía fin al retorno de la Era Oscura a la que se volvió en este infame y ya concluso X reinado, o si se proseguía por la senda de las sombras, traicionando la voluntad del pueblo, que era quien tenía el derecho a decidir libremente quién quería que rigiese sus destinos.

El pueblo no soportaría que volviera a ocurrir lo sucedido en esta deplorable y vergonzosa exhibición de podredumbre en la que todas las Órdenes, de un modo u otro, habían concurrido: Blasón de la Costa, líder de la Orden de la Rosa, anunciando que derrocaría mediante la Proclama del Destronamiento a la reina Loila I ¡en el mismo instante y lugar en el que ésta estaba siendo coronada! (como si no hubiera un mañana); la Orden de la Ardilla y la Orden de la Gaviota ungiendo la corona a Serguei del Sur, el líder de una Orden que había obtenido un escaso puñado de votomorfos, y que por tanto, no era justo ni legítimo que fuera el representante de la voluntad de todo un pueblo; este rey, Serguei, que tiempo después traicionó a esas mismas Órdenes que lo encumbraron, expulsándolas por activa o por pasiva de su gobierno, pero permaneciendo él autocráticamente en el trono y concentrando un poder absoluto junto con un expatriado de otra Orden, Lord John Nicholson, Señor de los Mil Partidos; incumpliendo ambos las leyes del Libro Dorado de Gobierno, en una especie de vuelta atrás en el tiempo, el de los infames siglos de la isla de los señoríos… Y todo eso llevó a que las Órdenes que lo permitieron se sabían ahora sin autoridad para denunciarlo y la de la Rosa, aún peor, no solo no exigió la abdicación de Serguei del Sur, sino que le propone auxiliarle en su fraudulento gobierno, acaso pretendiendo que en el siguiente reinado el favor fuera devuelto y Blasón de la Costa recuperara su corona con el apoyo de Serguei, a cambio de que este siguiera en el poder, nombrándolo su Mano.

Y mientras las Órdenes se dedicaron a esos juegos de poder, muchos habitantes de Isla Seca sufrían y se rebelaban por no poder cubrir sus necesidades más perentorias: sin agua para vivir, sin moradas para sus familias, sin galenos para sus enfermedades…

Pero la guerra venidera para hacerse con el favor del pueblo estaba a las puertas y todas las Órdenes prepararon sus ejércitos para la Gran Batalla. El de La Orden de la Ardilla volvía a estar comandado por la que había sido elegida reina en la X regencia, Loila I, cuyo reinado le fue arrebatado por Blasón de la Costa antes de que cantara el gallo. Este, que prefirió huir antes que ser también depuesto, y que había prometido ante los dioses que volvería a Isla Seca para recuperar el trono, cumplió su palabra y lideraba nuevamente las huestes de la Orden de la Rosa… (era habitual entre los líderes de todas las Órdenes que estos cumplieran su palabra cuando se trataba de quedarse o de regresar al poder, pero no tanto cuando se trataba de abandonarlo). La armada de la Orden de la Gaviota la lideraría la que, de facto, era su comandante, Jeisi-ká, Lengua de León, sustituyendo a Yo Claudio.

La Desorden Morada ya no tenía ni tropas ni caballos. Las Pequeñas Órdenes Coaligadas se descoaligaron y Serguei del Sur, con su Miniorden y temiendo que no le bastara con el Poder del Cangrejo (que le permitía ser visto al mismo tiempo en todas partes), ni con su conjuro mágico al Dios del Crepúsculo: “Man olín traviesusss”, recuperó para su ejército a Árgueda de Monte Largo, Dama del Jurásico, porque oyó decir que tenía una cabra-dragón que echaba fuego por las ubres.

Se abría la veda…