Opinión. «Las pequeñas cosas» por Violeta Chacón

Vuelvo a este espacio, donde me dan escenario para que yo diga lo que quiera, y casi siempre lo que quiero es amplificar un pensamiento. Uno de esos que por dentro siento que me lo ha dictado el propio Dalai Lama, y dada la relevancia del portador, no he de olvidarlo.
Y ahora, con el año recién empezado, tengo la sensación de que la mayor de las importancias reside en las pequeñas cosas. Esas cosas pequeñas que hacemos, o nos hacen, o suceden o se pierden… ahí es donde está la chicha.

Una pequeña cosa puede ser un detalle sin importancia aparente, pero que encierra un poder incalculable. Un ¡ay! a tiempo puede hacer que evites un desastre; una mirada, sentir el abrazo que necesitas para seguir andando; un chiste malo, la risa que te salva el día; o un ‘por ahí te pierdas’, que te ahorra mucha carga después. Y aún así, todos estos actos sin aparente trascendencia tienen una alta repercusión en la vida. Pero me quiero ir a cosas más simples: la pizca de sal que no le pusiste al guiso y que lo deja soso o la misma pizca que le pusiste de guindilla y que lo deja incomible. O en el lado positivo, la mesa bien puesta; o la cama estirada.

Aquí me quiero centrar, en estas pequeñas cosas que consumen prácticamente el mismo tiempo hacerlas que no y que, sin embargo, tienen consecuencias exponenciales. Estas pequeñas cosas lo que necesitan es un poco de atención por tu parte, porque son cosas que haces cada día, pero en piloto automático. Si las haces poniendo el foco en ellas, consigues resultados bien diferentes. Por ejemplo, sacar un tuper de la nevera, calentarlo en el microondas y comer directamente de él o, por el contrario, calentarlo, poner la mesa bien, con todos los útiles necesarios: mantel, cubiertos, servilleta, vaso… servírtelo en el plato y dedicarte a saborear lo mismo que estaba en el tuper pero cuidando los detalles. Supongo que ves la diferencia. Puede que te lleve apenas unos minutos más de una forma a la otra, pero en ti la consecuencia es interesante. La primera lo haces como trámite, cubrir una necesidad primaria como es alimentarte, a hacerlo de manera satisfactoria y placentera, teniéndote en cuenta, dándote importancia.

Es como dar un regalo, darlo tal cual lo has comprado en la tienda, o darlo envuelto en un papel bonito, con su lazo y todos sus perendengues para que el paquete despierte en el regalado toda la emoción e ilusión. Cuando das un regalo así, independientemente de lo que contenga dentro, estás lanzando un mensaje completo: me importas. Y entonces todo cambia, porque da igual lo que haya dentro del paquete, el regalo es el acto en sí. A todos nos gusta importar.

Y dentro de hacer cosas por otros, hay muchas pequeñas cosas que hacen que al otro se le aligere un poco la carga de la vida diaria, y que para ti son eso, pequeñas cosas. Y me acuerdo de las mujeres recién paridas: una bolsa con tupers de comida puede tener mucho más valor que otro pelele para el recién nacido; o un ratito de cargar con el bebé para que se pueda duchar con los dos ojos, sin tener que dejar uno fuera vigilando al crío. O de la vecina que te lleva la niña al cole al mismo tiempo que lleva la suya y que a ti te permite desayunar con calma. O el bombón que le regalas al compañero de curro, para que endulce su café.

Me pongo a pensar en las pequeñas cosas que puedo hacer por otros y por mí, y que apenas me consumen energía y me sale una lista interesante. Voy a aprovechar este mes, que se celebra el amor -ya sabes que yo lo celebro todo-, para decirle “me importas” a los que quiero, haciendo pequeñas cosas y sin usar una palabra.